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El cincuentenario del terremoto
Medio siglo atrás Cúcuta estaba convertida en escombros.
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Sábado, 15 de Julio de 2023

En 1925, en el mes de mayo para ser más exactos, el día 18, al parecer muy pocos recordaban lo sucedido cincuenta años atrás. Por aquellos años, resultaba incómodo y hasta fastidioso rememorar esa efeméride, más cuando las autoridades no tenían programado ningún acto conmemorativo, no de la destrucción sino del resurgimiento de la villa, que hasta ahora comenzaba a erigirse como la gran ciudad de la frontera.

Era la época de las luchas partidistas desmedidas, llevadas a extremo a través de los medios, de los pocos disponibles pero curtidos en las contiendas políticas, razón por la cual, es frecuente leer y escuchar las noticias en tonos exaltados que hoy se considerarían desafortunados, así pues, las anotaciones que a continuación se señalan, son el fiel reflejo de los pensamientos de quienes las escribieron en su momento.

Notas en algunos periódicos locales e incluso una bella referencia en el Diario Nacional de Bogotá, una proposición presentada en el Concejo de la ciudad y las infaltables promesas de políticos y funcionarios municipales y departamentales lanzadas a última hora fueron los únicos intentos exhibidos para no olvidar lo que consideraron un aniversario más.

Se leía en el periódico Comentarios: “…el cincuentenario del terremoto que se cumple dentro de cuatro días va a pasar al fin desapercibido, después de tantos proyectos de consultas y de ocurrencias de los hombres notables que manejan los destinos de nuestra ciudad. Pasará sin otra ceremonia costosa que el indispensable hincar de rodillas para pedirle a Dios que siempre libre de todo peligro la hegemonía conservadora o para darle gracias porque no ha permitido la renovación de la magna desgracia. Pero no habrá un monumento ni una obra de progreso que perpetúe el recuerdo de la catástrofe y de la resurrección. Tal es la dura prueba a la que estamos sometidos en la hora presente. Así lo quisieron los enemigos gratuitos de la urbe hospitalaria y gentil, ¡Y ellos triunfaron!

En virtud de una Ordenanza especial, debía el gobierno departamental inaugurar en esa fecha la construcción de un barrio obrero; pero no; no habrá tal barrio; a nuestro humilde y resignado pueblo se le dará guarapo, porque esa es la patriótica intención de los que mandan. Usufructuarios de la degeneración e imbecilidad de las masas, los amos le niegan un refugio donde descansar las fatigas, pero en cambio le ofrecen veneno que atrofie su inteligencia y agote su vida”.

La Ordenanza en mención aprobaba la construcción de un barrio, que se llamaría “18 de mayo”, en los alrededores de la Piedra del Galembo. Cómo esta no pudo cumplirse por razones de presupuesto, las autoridades municipales propusieron un proyecto alternativo que consideraron más importante para solucionar el más grave de los problemas de la ciudad: la falta de agua. La ciudad seguía abasteciéndose del líquido a través de la toma pública, pero buena parte del desarrollo urbanístico, en especial de la gente pobre, se estaba extendiendo hacia las partes altas del occidente donde era imposible llevar el agua por gravedad. La propuesta en reemplazo del barrio 18 de mayo era la construcción de un tanque de almacenamiento de agua en la parte más alta de la ciudad, donde se accedía por la carretera de la Circunvalación. Este tanque permitiría el abastecimiento el líquido a los barrios “La Cabrera”, “Páramo”, “El Contento” y “El Llano”. Los cálculos para alcanzar la altura que permitiera llenar el tanque habían sido realizados por el señor Trinidad Barreto, experto en el tema, mediante el uso de un ariete, que era el mecanismo que entonces se utilizaba para elevar el agua. Aunque el barrio conmemorativo no se construyó, tampoco el mencionado tanque y hubo de esperar hasta la construcción del acueducto, varios años más tarde para aliviar la sed de los pobladores.

Continuando con el tema del cincuentenario, fue el Diario Nacional que mejor escribió sobre el tema: “…medio siglo atrás Cúcuta estaba convertida en escombros. Todo esfuerzo continuado y optimista de los hombres que alentaba la ciudad soleada y alegre, toda labor y todos los sueños forjados al paso y al empuje progresista, se resistieron al estruendoso golpe de los muros, de los techos contra la tierra convulsionada; y ¡Oh Fénix! Como un milagro del trabajo, del amor y de la fe, de entre aquellas ruinas dolorosas diez lustro más tarde, resurge la ciudad esplendorosa e invicta. Cúcuta es hoy la urbe moderna, promesa de nuestra región nordina y de la Colombia poderosa del porvenir. Allá, junto al Zulia, frente a la frontera, es la sultana de la arrogancia y la belleza, el vigía solícito y constante de la heredad común, bizarra y noble, infunda respeto y simpatía a los vecinos y orgulloso consuelo a los nacionales. Auroleada con múltiple aureola, avanza a la conquista del futuro confiada en sus fuerzas siempre decisivas y poderosas”.

Al día siguiente, sin más que la protocolaria proposición del Concejo que a la letra dice: “…el Concejo de Cúcuta, al detener su atención en el 50° aniversario de la catástrofe del 18 de mayo, que redujo a escombros la ciudad, ofrenda un homenaje de reconocimiento a las víctimas que quedaron sepultadas debajo de las ruinas de la ciudad gentil y laboriosa, a cuya prosperidad y engrandecimiento habrán contribuido con el inapreciable contingente de sus esfuerzos y a sus sacrificios por el bien colectivo. Hace votos porque el panorama moral, intelectual y material de la nueva ciudad, favorecida hoy con el rango de Capital del Departamento Norte de Santander se acrezca y se dilate tanto por obra de la espiritualidad, del carácter laborioso y del patriotismo de sus hijos, como por las virtudes sociales de todos sus habitantes. El Concejo recoge con el más profundo agradecimiento en el acto de este día, las manifestaciones de simpatía y de alta significación fraterna con que han favorecido a la ciudad muchos de sus hijos notables, con ocasión del luctuoso aniversario”.

Y así, sin más formalidades ni etiquetas, transcurrió el infausto aniversario. Fue otro día más en la evocación, un día de duelo en el que el espíritu sufre y se acongoja en la revelación de la tragedia, y para quienes tuvieron una víctima en aquel sucumbir, un pariente, un amigo, el dolor es más intenso y el recuerdo más perdurable.

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