Con el incremento de las actividades comerciales y por consiguiente, de la población, en los comienzos de los años cuarenta, las acciones delictivas comenzaron a golpear duramente a la población, relativamente sana hasta esos días, claro que excepción hecha de una que otra gentuza que suele colarse inevitablemente entre los ciudadanos de bien.
La información que entonces manejaban las autoridades sobre este tema, estaba contenida en un estudio llamado “Los delitos de la Mujer”, escrito por el profesor Enrique Ferri y que en uno de sus principales apartes decía, “…la criminalidad femenina viene llamando cada vez más la atención de los hombres de ciencia por su continuo aumento.
En la primera mitad del siglo XIX, enseñan las estadísticas que los delitos de las mujeres sólo alcanzaban la proporción del ocho al diez por ciento. Ya a principios del siglo XX, las estadísticas de los países civilizados demuestran que de cada cien delincuentes la cuota de criminalidad femenina ha ascendido de entre el 25 al 30 por ciento.
Este aumento está evidentemente en relación con las condiciones sociales, a través de las cuales la mujer, por razones sobre todo económicas, pero también domésticas y sociales, ha venido participando en la vida pública de manera más directa y constante, y con la conquista de esta mayor participación en la actividad normal de la existencia humana, la mujer ha de venir a pagar su tributo de actividad anormal, ya con el aumento de la enajenación mental, ya con el aumento del suicidio, ya con el aumento de la delincuencia”.
Hasta ese momento, las detenciones hechas a las personas que cometían infracciones y delitos eran remitidas a los calabozos del Permanente Central, donde a pesar de las condiciones poco salubres separaban a hombres y a las pocas mujeres que allí llegaban. Sin embargo, con el pasar del tiempo y el incremento que se veía de mujeres detenidas, los calabozos de la cárcel municipal eran insuficientes para albergar a todos.
Con la inauguración de la nueva Cárcel Modelo se alcanzó a solucionar en parte, este problema, pero ésta no estaba diseñada para la reclusión de mujeres ya que no contaba con los servicios adecuados ni las comodidades mínimas requeridas para ello, como sí lo habían hecho en Bucaramanga, en el reclusorio que se había dado al servicio recientemente.
Esta situación contribuía que se elevara la presión de la ciudadanía para que el gobierno local y regional tomara cartas en el asunto y propusiera la construcción de un Reformatorio o Cárcel de Mujeres, para que estas criaturas, como le decían entonces a las mujeres, fueran recogidas decorosamente, protegidas y educadas en labores honestas y estimulantes en internados oficiales, que a la postre podrían convertirse en elementos al servicio de la misma sociedad, y agregaban que podrían suplir la carencia de mujeres para los oficios domésticos y para otras tantas actividades de sana y ordenada vida.
Los medios eran los más críticos en este sentido y argumentaban que una vez institucionalizada la cárcel de mujeres, desaparecería esa penosa situación de las mujeres detenidas en el Permanente, en las más tristes condiciones, en ausencia absoluta de medios regulares de corrección y de justicia.
Ante estas lúgubres perspectivas y antes del traslado de los reclusos a la Cárcel Modelo, recordemos que los presos que eran remitidos una vez condenados, estaban encerrados en la llamada Cárcel del Circuito, que era un viejo caserón situado a unas tres cuadras del Mercado Cubierto. Esta vieja construcción era de propiedad de la firma Cristo Vélez & Cía. que la había dado en arriendo desde 1928 al gobierno departamental mientras solucionaban los problemas de hacinamiento de la Permanencia.
Las precarias condiciones en que vivían los presidiarios, se había convertido en un problema de salud pública, pues se propagaban graves enfermedades que ponían en riesgo sus vidas y la del personal que los cuidaba. La principal de ellas era la tuberculosis, siendo necesario separar los sanos de los enfermos para minimizar las consecuencias de tan terrible ambiente.
Cuando entró en vigor el traslado, en las nuevas instalaciones se tomaron las medidas pertinentes para la intervención de las enfermedades, las que inicialmente pudieron controlarse, trasladando solamente los internos sanos y dejando en la antigua Cárcel del Circuito los enfermos.
Esta decisión fue tomada basada en un decreto expedido por el Gobierno Nacional, el 798 de 1938, en el que se estipulaba que el antiguo local de la cárcel se destinaría únicamente a los presos victimas de tuberculosis.
Estas circunstancias generaron malestar entre los propietarios del inmueble, pues consideraron que se habían violado las cláusulas del contrato, dándole a la casa arrendada un fin nocivo distinto del estipulado originalmente y en consecuencia entablaron la demanda correspondiente para obtener una cuantiosa indemnización por los daños causados.
Consciente de su error y para evitar el pago de la indemnización innecesaria, el gobernador tramitó una Ordenanza para que se le autorizara la compra de la casa emproblemada y fue así como la Asamblea aprobó la Ordenanza número 29 de 1940, en la cual se le autorizaba la compra con destino a la obra social “Reformatorio de Mujeres” El Buen Pastor.
Con esta norma no terminó el problema, porque ahora lo que se discutía era el precio del inmueble, toda vez que el perito oficial ingeniero Víctor Pérez Peñaranda había tasado el valor del metro cuadrado de terreno en $10 y el de la construcción en $25, cuando los valores de edificaciones similares situadas en las inmediaciones, tenían valores de $25 y $35 respectivamente, según peritazgos hechos por avaluadores independientes.
Finalmente, el gobierno departamental pudo convenir con los propietarios una cifra que logró la satisfacción de ambas partes y pasados un tiempo, luego de saneada y descontaminada la antigua prisión, se habilitó una modesta edificación para dar cabida a la ansiada Cárcel de Mujeres, que realmente inició como “reformatorio” para dar paso, años más tarde, en la cárcel que tanto solicitaba la sociedad.
Redacción Gerardo Raynaud D. | gerard.raynaud@gmail.com