Viajar al espacio puede ser, fácilmente, el sueño de infancia de muchos. Aunque antes se volvía realidad solo para los pocos que lograban ser astronautas, la humanidad camina hoy, a pasos gigantes, hacia un turismo espacial. Este miércoles, en un viaje que originalmente sería hoy, pero que se retrasó por condiciones meteorológicas, la misión Shepard NS-18 de la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos, partirá del planeta con cuatro tripulantes, entre ellos el actor William Shatner, conocido por su papel de Kirk en la serie de ciencia ficción Star Trek.
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El objetivo de este viaje no es de investigación ni de exploración, sino un antecedente a este tipo de turismo, por lo que ha vuelto a despertar la conversación sobre la contaminación que se genera en el planeta solo por el placer de unos pocos.
¿Cuánto contamina un vuelo al espacio? ¿Debe la humanidad preocuparse por estos impactos? De acuerdo con cálculos de expertos, cada viaje emite 100 veces más dióxido de carbono por pasajero que un vuelo en avión, eso es entre 60 y 90 toneladas en total, entre 8 y 15 por pasajero, y causa reacciones químicas que siguen agotando la capa de ozono, vital para proteger de los rayos del Sol.
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Sin embargo, no es un tema tan simple. Unos argumentan que el impacto es en realidad mínimo teniendo en cuenta la cantidad de viajes al año y otros dicen que va más allá de los combustibles que se usan para la propulsión.y/SuscripcionesLaOpinion
Los propelentes
Cada cohete utiliza combustible para impulsarse hacia el exterior de la Tierra y a este se le llama propelente, explica Luis Miguel Molina Galeano, instructor de la Corporación Cipsela. Agrega que los hay de muchos tipos, líquidos, sólidos e híbridos, y de diferentes componentes. Uno, de los más usados y el que de hecho usará mañana Blue Origin, es la mezcla entre hidrógeno líquido y oxígeno líquido, “que al hacer reacción generan vapor de agua”, un gas que si bien no es tan contaminante como el CO2, sí tiene efectos sobre el planeta. Hay otros, continúa Molina, que utilizan metano, nitrato de potasio y demás componentes que sí resultan más perjudiciales.
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¿Quién decide qué tipo de propelente usar? Cada empresa se hace responsable. El SpaceShipTwo de Virgin Galactic, por ejemplo, utiliza un tipo de caucho sintético como combustible y da como resultado óxido nitroso, otro gas de efecto invernadero.
Samuel Cadavid Palacios, docente de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad de Antioquia, explica que aunque “una máquina de estas para llegar al espacio produce mayormente vapor de agua y eso comparado con otros vehículos que utilizan gasolina o refinados de petróleo es menos contaminación, no se puede olvidar que el vapor de agua sigue siendo un gas de efecto invernadero”. Aún así, continúa, tampoco es tan drástico el impacto en este momento, “pues esas emisiones no llegan a ser ni una ínfima parte de lo que es la contaminación actual por otras fuentes” como las que utilizan combustibles fósiles, por ejemplo los carros.
Otros contaminantes
Pero no todo son los propelentes. Cadavid Palacio agrega que además se deben tener en cuenta las demás partes del proceso. Los materiales del cohete, como las láminas de aluminio, requieren ser refinadas, moldeadas, transportadas... “Hay una contaminación inherente a todo el proceso”, pero esto ocurre con casi todas las actividades humanas.
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Lo que sí es propio de esta industria son los restos, las partes sobrantes. “Hay unos cohetes que son reutilizables, pero son pocos e igual tienen una vida útil. Los demás caen a Tierra, muchos en una zona del océano conocida como Punto Nemo, el lugar más alejado de tierra firme, que también ha sido llamado cementerio de cohetes, y eso contamina porque tienen componentes electrónicos, metales procesados y demás que pueden afectar las aguas”. Otros, los rusos sobre todo, caen sobre sabanas desiertas y los de SpaceX son rastreados y reutilizados.
Aún así, continúa el docente, “no es un valor hoy preocupante”. Los lanzamientos no tienen una frecuencia que contamine significativamente. En la actualidad son cerca de 100 cohetes los que viajan al año. “Nos tendremos que preocupar cuando sean 20 o 30 al día, pero desde ya debemos ir pensando cómo evitar la problemática”.
A gran escala
Como dijo a AFP el principal asesor climático de la Nasa, Gavin Schmidt, las emisiones de dióxido de carbono de esta industria “son totalmente insignificantes en comparación con otras actividades humanas, incluso la aviación comercial”, pues los 100 cohetes anuales no alcanzan a si quiera igualar los 100.000 aviones que vuelan cada día en todo el mundo.
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Aún así, cuando esas cifras de lanzamientos aumenten, y lo harán, las emisiones también incrementarán, al igual que los demás residuos.
Por esto, como dice Molina, se espera que como parte del progreso se encuentren nuevas formas de combustible, cada vez menos contaminantes, y como puntualiza Cadavid, también se buscan cohetes reutilizables.
Sin embargo, dice este último, “podrían pasar de 50 a 80 años para que podamos decir que tenemos al menos un vuelo diario y eso sigue sin ser un número preocupante”, aunque añade que sí se debe pensar desde ya, porque eventualmente serán más de 20 vuelos al día.
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