Se creía que el coloso estaba dormido, pero resultó más glotón de lo que se creía: Sagitario A*, el agujero negro supermasivo en el centro de la Vía Láctea, experimentó recientemente un potente estallido de actividad tras devorar los objetos cósmicos a su alcance.
El festín ocurrió hace 200 años, y el satélite espacial IXPE de la NASA detectó recientemente un eco del hecho, según un estudio publicado el miércoles en la revista Nature.
Sagitario A* (Sgr A*), que debe su nombre a su detección en la constelación de Sagitario, se encuentra a 27.000 años luz de la Tierra, en el corazón de nuestra galaxia. Fue observado por primera vez en la década de 1990 por astrofísicos y su presencia fue comprobada en imágenes hace un año.
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Con una masa de alrededor de cuatro millones de soles y 13.000 millones de años de antigüedad, "siempre se ha considerado como un agujero negro inactivo", declaró a AFP Frederic Marin, del Observatorio Astronómico de Estrasburgo, quien dirigió los trabajos.
Sgr A* se encuentra en estado de quiescencia, como la mayoría de los agujeros negros de los centros galácticos que se han tragado toda la materia de su radio de atracción.
"Imagine un oso que entra en hibernación después de devorar todo a su alrededor", acotó Marin investigador del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia.
Pero su equipo descubrió que a finales del siglo XIX (un período que se establece al calcular la distancia), el monstruo salía de su letargo y engullía el gas y el polvo que pasaban cerca de él, durante varios meses o un año, antes de volver a dormir.
Durante este período, Sgr A* estuvo "al menos un millón de veces más brillante de lo que es hoy", señaló Marin. Esto equivale a la potencia de los agujeros negros supermasivos extremadamente activos que originan los cuásares, como su congénere M87* de la galaxia Messier 87, a 55 millones de años luz.
El momento de más apetito de Sgr A* fue delatado por una radiación inusual procedente de las nubes moleculares en sus inmediaciones: gigantes formados por gas y polvo helado, "por definición fríos" y que "no deberían emitir tanta luz en rayos X", que invisibles para el ojo humano, según el investigador.
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Canto de cisne
"La intensidad de la emisión de rayos X entre el sueño y el despertar (del agujero negro) puede compararse a la de una luciérnaga al acecho en un bosque que de repente se vuelve tan luminosa como el sol", añadió el CNRS en un comunicado.
Tras un millón de segundos de observaciones, el satélite IXPE (Imaging X-ray Polarimetry Explorer) logró detectar la polarización de esta luz de rayos X, es decir, que sus campos eléctrico y magnético vibraban en una dirección precisa.
Como una "brújula estelar", la polarización apuntó en dirección del Sgr A*, lo cual sugiere que era la fuente de radiación reflejada por las nubes moleculares.
Así, el agujero negro "emitió un eco de su actividad pasado, que pudimos observar por primera vez", celebró el científico, representante francés a cargo de la misión IXPE.
La densidad de un agujero negro es tal que nada puede escapar, ni siquiera la luz. Pero antes de que la materia cruce el límite final (llamado horizonte de acontecimientos) y sea engullida para siempre, se arremolina, se caliente y emite luz.
"Es como un canto de cisne" transmitido indirectamente por las nubes moleculares alrededor del Sgr A*. Queda por saber lo que provoca este regreso: ¿una nube que se alejó antes de caer en el agujero negro? ¿Una estrella que se aventuró demasiado cerca?
Observaciones adicionales, previstas para septiembre con IXPE, deben ayudar a entender mejor el ciclo de actividad de Sgr A*, y quizás a levantar una punta del velo que cubre el origen de los agujeros negros supermasivos, que siguen siendo un enigma de la astronomía.
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