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Memorias
La tragedia del martes 13 de 1942
Inicialmente se conocieron dos versiones de los hechos. Como siempre en casos como estos, surgen interpretaciones acomodadas.
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Viernes, 7 de Febrero de 2020

Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com

Esta crónica está basada en un melodrama acontecido un día de mediados de octubre del año mencionado, en el tradicional y apacible barrio Carora. Por esas calendas, tragedias de este tipo no eran tan frecuentes pero sí causaban un gran alboroto entre la pacata sociedad, especialmente en las provincias alejadas de las grandes capitales del país. Pareciera el siniestro, resultado de un triángulo amoroso, pero el resultado de las pesquisas indican que no fue así.

Todo comenzó con la amistad que una pareja de esposos mantuvo con un joven oriundo del Catatumbo, quien había llegado a la ciudad en busca de oportunidades de trabajo, a quien alojaron en su casa durante varios años y que finalmente tuvieron que “echarlo” literalmente de su vivienda, porque parece que a última hora resultó enamorado de la dueña de casa.

De regreso a su terruño, Marco Benicio Hernández, nombre del sujeto en cuestión, consiguió que lo contrataran en las labores de la compañía petrolera, en el caserío de Petrolea en donde permaneció algunos meses hasta que decidió regresar a la ciudad, como dice el dicho popular, ‘a buscar lo que no se le ha perdido’.

La historia que se desarrolló en torno a lo sucedido tomó unos ribetes extraordinarios por el interés que mostró la prensa y por las condiciones de los protagonistas. La pareja de esposos, Modesto Ramírez y María Petra Ariza, eran personas muy reconocidas y queridas en su barrio. Ella tenía un puesto de venta de pescado en el Mercado Central y él, trabajaba en construcción con los afamados ingenieros Pérez Peñaranda y Faccini, y precisamente por esos días se encontraba laborando en la construcción del estadio Santander, obra que había concentrado la atención de los cucuteños, llamando su atención para que todos colaboraran con sus contribuciones y pudiera levantarse un escenario digno de la ciudad en el menor tiempo posible.

Inicialmente se conocieron dos versiones de los hechos. Como siempre en casos como estos, surgen interpretaciones acomodadas por quienes estuvieron cerca pero que simplemente presumían ocurrencias que se acercaban más a sus fantasías personales  que a los verdaderos acontecimientos. Días después se logró reconstruir lo sucedido. Los hechos causaron tanto interés entre los pobladores de la ciudad que fue comidilla en cuanto café o estadero había, sin  que no hubiera momento que se hablara de nuevas versiones o nuevos detalles fueran conocidos o divulgados por los pocos medios existentes en ese tiempo. La versión que en principio se conoció y que al parecer coincidió con la realidad fue que alguien que conocía de las furtivas visitas de Hernández al laborioso hogar de los Ramírez-Ariza corrió hasta las obras del estadio a avisarle que habían matado a su esposa. Inmediatamente don Modesto llegó a su casa donde encontró el cadáver de su compañera, salió a la calle precipitadamente y logró localizar a Hernández dándole muerte de una violenta  puñalada.

La otra versión, esta sí amañada, cuenta que un sujeto cuyo nombre se reservaban las autoridades, le avisó a Ramírez que su esposa estaba en su residencia con un hombre con el que mantenía relaciones ilícitas. Al llegar, encontró al intruso en sus habitaciones privadas y en mangas de camisa. Instantáneamente asesinó a su esposa, mientras que Hernández salía huyendo levemente herido a la calle. Modesto Ramírez fue tras él, enceguecido de celos y a una cuadra de distancia alcanzó al destructor de la honra de su hogar y de una sola puñalada lo mató.

Avisados los funcionarios del Permanente Central, los señores Durán y Santos, se trasladaron al lugar de los hechos, detuvieron al agresor y practicaron el levantamiento de los cadáveres.

Para el miércoles 14 de octubre, ya los peritos de la Permanencia tenían claridad sobre los hechos ocurridos y en rueda de prensa explicaron el desarrollo del incidente ante un concurrido grupo de periodistas y locutores que fueron invitados al acto.

En la presentación se hizo la relación de los hechos tal como sucedieron desde el momento en que los protagonistas se conocieron. Marco Benicio Hernández  había cultivado  una amistad bastante cercana con los esposos Ramírez-Ariza y había vivido en su casa por espacio de varios años. Parece que últimamente el señor Hernández resultó enamorado de la señora de Ramírez y llegó hasta hacerle la propuesta que abandonara el hogar y se fuera a vivir con él, cosa que indignó a la señora y en forma muy discreta se lo comunicó a su esposo y entre ambos decidieron despedirlo de su casa, entregándole todos los objetos que en ella guardaba, como la ropa y un dinero. Hernández se fue a trabajar al Catatumbo por un tiempo pero regresó y tal vez, por decepción amorosa o porque María Petra no lo quería, en un momento de tormenta psicológica, casi de angustia, resuelve matar a la mujer y al efecto se presentó en su casa en las horas de la tarde de ese fatídico martes y la ultimó de cuatro balazos. De inmediato Buitrago, un jov
en que vivía en la casa de los esposos, le avisa a Modesto y éste en un “raptus” de intenso dolor, de ira y de reacción a su honor ofendido sale precipitadamente a su casa donde encuentra el cuadro desolador de su mujer tendida, saca de la cabecera de la cama una cuchilla, sale en busca del asesino y lo acribilla a puñadas casi sin darse cuenta de su hecho. Hasta aquí la relación de los hechos presentado por las autoridades.

Los acuciosos periodistas no se quedaron quietos con esta narración y continuaron averiguando y descifrando lo acontecido con la ayuda de los vecinos testigos de primera mano. Así pues, lograron desentrañar lo sucedido horas antes de la tragedia. El intruso y obstinado enamorado venía rondando, no solo la casa de su víctima sino también su puesto de venta en el Mercado Central y las personas que lo habían visto recorriendo esos lugares también notaron que se vestía de negro, algo inusual y repentino en él. En la inspección que le hicieran a las ropas de su cadáver encontraron una carta redactada en papel de luto y escrita de su puño y letra en la que hace una especie de testamento, donde lega sus pertenencias a unas personas de la ciudad y otra despidiéndose del doctor Miguel Roberto Gélvis quien al parecer lo había ayudado en algunas ocasiones. Y como detalle final, le confesó a una amiga que su cambio de indumentaria era porque se iba de viaje de donde no regresaría, indicando con ello la consumación de su macabro plan.

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