Pasar inadvertido o tener un bajo perfil ha sido una característica de muchos insignes ciudadanos del mundo. Quienes se preocupan más por el desarrollo de los demás, en muchos casos dejando de lado sus propios intereses, son reconocidos más tarde, no sólo por quienes resultaron beneficiados por sus enseñanzas y preceptos, sino en general por la sociedad en la que desplegaron sus actividades. En el seguimiento de los hechos y gestas que se han sucedido durante el último siglo en la ciudad, algunos protagonistas de gran valía no han tenido el reconocimiento que se merecen, no por falta de méritos sino por la costumbre de dejar en el olvido o de posponer hasta arrinconar, intenciones de registrar los elementos por los que se destacaron estos protagonistas.
Durante muchos años, en el panorama cultural de la ciudad hubo un ciudadano que se destacó por su entrega a la educación de sus paisanos, convirtiéndose en sinónimo de excelencia el ejercicio de su papel, que fue más un apostolado que una ocupación.
Me refiero a don León García-Herreros. Connotado personaje regional y notable educador quien falleció el 17 de julio de 1941, del que muy poco se ha hablado en medios distintos al de la academia y que su imagen se ha ido diluyendo con el pasar del tiempo. Tuve la oportunidad de acompañar a uno de sus descendientes en mis tiempos de estudiante, pero poco se mencionaba por aquellos días de su ilustre trayectoria y de sus ejecutorias al frente de las instituciones que a bien tuvo que orientar y dirigir. Don León fue un prestigioso afecto de las ideologías del partido conservador, razón por la cual sus copartidarios lo proponían en los cargos académicos de más alta significación. Con ocasión de la conmemoración del primer aniversario de su fallecimiento, sus correligionarios, ex alumnos, compañeros y amigos, ofrecieron un sentido homenaje en el cual, uno de sus más ilustre estudiantes, ahora lanzado a la política y defensor acérrimo de las ideas conservadoras, pronunció uno de sus discursos más sentidos, exaltando sus virtudes ya de todos conocidas, pero que ameritaban ser recordadas para la posteridad. Se trataba ni más ni menos de quien sería conocido años más tarde, como el doctor Jacinto “Remington” Villamizar Betancourt, como uno de los más fogosos parlamentarios del partido conservador y de quien supongo adivinarán el porqué del remoquete. Pues bien, a continuación transcribiré algunos de los apartes más emotivos de su discurso que a manera de biografía voceó.
“Hace un año falleció en la capital de la república el educador de la juventud nortesantandereana, León García-Herreros. Su muerte cruento sacrificio al deber ineludible, trajo al departamento la orfandad de uno de sus más preclaros varones. Carácter indomable, juventud de sacrificio y vida ejemplar la suya consagrada a servir. Con el dolor por su ausencia dejó tras de sí la huella imborrable de un noble ejemplo.
Como escritor don León García-Herreros fue un estilista de los áureos tiempos de nuestra madre Hispania. Prosa severa la suya, periodo cadencioso y rítmico el de su péñola enhiesta siempre para la defensa de la verdad sin cobardía. Las frases de Alfonso Junco –erudito ensayista azteca- sobre la personalidad del padre Feijoo, vienen a mi mente, cuando esbozo la personalidad del literato, del maestro y del amigo. Porque de don León García-Herreros puede decirse que fue también uno de aquellos incorruptibles amadores de la verdad, pensadores positivamente libres y fuertes, igualmente desdeñosos de la novelería y la rutina, sin miedo de lo nuevo por lo nuevo, ni enemigo de lo viejo por viejo; solo apegado a la eterna lozanía de la verdad. Lúcida la razón para ver lo justo, ardiente la voluntad para abrazarla, intrépida la lengua para decirla. Pero sin alharacas ni intemperancias, con la serena macicez, con el ímpetu consciente del que no quiere hacer ruido sino hacer bien, del que intenta reformas constructivas y no estériles subversiones, y su estilo a la par sobrio y fuerte, preciso y suelto, docto y vivaz, repartiendo sustancias en breves párrafos, redondea el hechizo de este hombre cabal.
La bibliografía nortesantandereana cuenta en sus anales varias obras didácticas del insigne educador. Sus estudios gramaticales llamaron la atención de los eruditos y como autoridad del idioma lo citan varios tratadistas del arte. Como educador de juventudes fue un apóstol en la plenitud del vocablo. Tatuado a la antigua, tenía la formación moderna del científico pedagogo sin los arrequives e intoxicaciones de los plagiarios de ajenas culturas. Director de Educación Pública del departamento desarrolló el más amplio programa educacionista que narren nuestros anales. La revista ‘Cultura’ ha sido la mejor publicación en su género de cuantas han aparecido como derrotero de las tendencias educacionistas en el Norte de Santander. Sus diversos estudios críticos prueban la erudición en las más sabias y recias disciplinas del espíritu. Como educador poseyó esa rara virtud que los helenos pedían ingénita en quien se consagrara al arte de enseñar. La prudencia, la moderación, la sobriedad y el dominio de sí mismo se engarzaron en su espíritu como una bendición… Hace un año se fue como árbol que desgaja el huracán en medio de borrascas, así cayó él, carácter viril, maestro inolvidable, símbolo máximo del combatiente digno. Y cual árbol que esparce sus semillas fructíferas al caer deshojado en la tormenta, así él al morir regó las semillas de sus eximias virtudes, que supo cosechar en la gesta heroica de su cotidiana existencia. Apóstol por temple y vocación, comprendió que ‘más vale ensanchar los horizontes del espíritu que dilatar las fronteras de la patria’, según la expresión pronunciada por César a Marco Tulio. Luchador infatigable, comprendió en su meritoria labor y estampó en toda la nobleza de sus actos, que la vida debe significar para nosotros la transformación en llama y luz de todo lo que somos y encontramos. Si en la rememoración de este primer aniversario de la huida del amigo y del maestro que luchó fieramente con enflaquecimiento de su cuerpo por las robusteces de su espíritu, a usanza de los antiguos queremos adornar su tumba con las prendas de sus vestiduras, como armado y cumplido caballero de la pedagogía hallamos que ellas son el escudo de su fortaleza sin mácula, el yelmo de su rectitud impoluta y la coraza de su fe integérrima”.
Con estas frases, inconexas al decir del orador, quisieron hacerle llegar a sus familiares, continuadores de su labor docente, sus sentimientos de congoja por la ausencia del maestro y del amigo entrañable.
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com