Por: Manuel Guillermo Camargo
En el libro El Corazón del Mundo, Peter Frankopan muestra la importancia de Afganistán como parte del mundo antiguo y como la hoy famosa Kandahar, por su peligrosidad, era incluso mucho más famosa antes de Cristo, cuando el macedonio Alejandro Magno pasó por allí. Fue por mucho tiempo, punto obligado de la Ruta de la Seda. Es más, Kandahar es una variante lingüística de Alexandros, el nombre griego del Magno.
En el siglo VII el gran profeta Mohammed expandió una nueva religión en el mundo árabe, el islam, la cual se expandió rápidamente por África, Oriente Medio y el Caucaso, todos países de base tribal, condición que conserva la tierra conocida hoy como Afganistán. Estados Unidos ha aprendido de manera dolorosa lo difícil que es formar estados en países donde la lealtad se da al clan y a la tribu y no a un concepto de país.
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Afganistán no significó nada para Occidente hasta la expansión de los estados europeos en el siglo XIX principalmente por los imperios de Holanda, Francia e Inglaterra, en particular estos últimos. Después del período clásico, siempre fue una especie de país marginal para el imperio inglés que tenía como joya de botín el subcontinente indio. Afganistán empezó a estar en los planes estratégicos de Occidente cuando el oeste de India, fronterizo con Afganistán, ambos mayoría musulmana, empezó a tener problemas con la India Hindu, que finalmente desembocaría en la sangrienta división y la creación del estado musulmán de Paquistán.
La aparición de petróleo y la guerra fría marcaron el involucramiento de los gringos en el centro del mundo; los objetivos eran no permitir la caída de esos países en la órbita soviética, ya infectados con el virus socialista materializado en el egipcio Gamal Abdel Nasser y evitar que el oro negro se usara como una bomba geopolítica. Egipto cayó en las garras soviéticas y los árabes usaron el petróleo como arma política con los embargos petroleros a Occidente. Sin embargo, la prudencia gobernó la estrategia geopolítica estadounidense en esa región, en ese momento, y finalmente tuvo éxito. La creación del estado de Israel en la provincia otomana de Palestina unió al mundo árabe, no solo contra los judíos sino contra Inglaterra y Estados Unidos a quienes acusaban de ser defensores del sionismo. No poder destruir militarmente a Israel trajo el terrorismo de base islámica a la palestra pública. Cuando los terroristas empezaron a ser perseguidos, encontraron un buen escondite en las montañas afganas donde vivían tribus que nunca ningún imperio pudo vencer.
La Unión Soviética que no permitía que ningún país satélite irrespetara hasta su más mínima orden, invadió Afganistán y se enredó militarmente como en la historia lo habían hecho otros imperios. La geopolítica de la guerra fría obligaba a que el enemigo de mi enemigo fuera mi amigo, y por eso Estados Unidos apoyó a la tribu que estaba llevando la carga de la lucha contra los soviéticos: los talibanes. Pero que con el enemigo de mi enemigo nos una un objetivo común, no quiere decir que los dos tengamos la misma agenda y eso lo iban a averiguar prontamente los gringos.
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Al Qaeda, un grupo extremista islámico creado por un saudí de familia pudiente, surgido con el trasfondo de la lucha palestina, se enfocó en terrorismo contra los gringos, quienes habían perdido el norte geopolítico a raíz de la caída del bloque soviético y del “fin de la historia”. Los gringos montaron una compleja red de agencias de inteligencia que actuaban como comportamientos estancos, lo que permitió a Al Qaeda utilizar esas grietas y atacar a su mortal enemigo. En los atentados del 11S, de los cuales este 11 de septiembre se cumplen 20 años, Estados Unidos tuvo la mala fortuna de tener a la cabeza al hombre equivocado en el momento más inoportuno: George W. Bush, conocedor del mundo petrolero y analfabeta en temas de culturas y civilizaciones.
La mayoría de los miembros principales de Al Qaeda eran sauditas, pero como con ellos había una “buena” relación, en particular en el campo petrolero, Bush lo dejo pasar. Osama bin Landen fue acogido por los talibanes y como el gobierno afgano no pudo entregarlo a los gringos, eso ocasionó la declaración de guerra de los gringos a los afganos.
En una jugada más de estrategia petrolera que geopolítica también declaró la guerra a Irak cuyos vínculos con Al Qaeda no existían, rompiendo delicadísimos equilibrios en un mundo inestable, lo cual no fue considerado.
Lo “simpático” de esas dos guerras es que el secretario de defensa Rumsfeld las declaró ganadas en dos semanas, donde prácticamente no hubo bajas gringas. Una vez iniciada la “paz”, las perdidas gringas fueron cada vez mayores y las tropas quedaron entrampadas en una guerra irregular que los genios de geoestrategia gringa no supieron cómo manejar. En las guerras de Bush los muertos en su casi totalidad vinieron del período de paz. A raíz de muchas otras historias parecidas sería bueno definir la palabra paz ya que cada cual la usa a su antojo.
Al Qaeda como el covid mutó a algo más virulento, el DAESH o estado islámico o ISIS por sus siglas en inglés, quienes incendiaron oriente medio buscando un califato islámico del siglo X. Estados Unidos y sus aliados tuvieron que empeñarse a fondo para derrotar a estos ultra radicales que querían extinguir a los infieles. Esa guerra que Bush en su elemental concepción del mundo llamó la guerra contra el Eje del Mal desestabilizó permanentemente a esa región del corazón del mundo.
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Enredados en un conflicto sin fin, carísimo en recursos económicos y en vidas humanas sin ninguna relación beneficio/costo, como no fueran las ganancias del conglomerado militar privado estadounidense, Trump empezó a retirarse de Irak, pues según él, su gobierno ya podía controlar el país, lo cual era también falso.
Y para ponerle la cereza al postre llegó a la presidencia de Estados Unidos un nuevo apaciguador línea Obama, quien en “reuniones secretas” con los talibanes, estos juraron que si se iban las tropas gringas de Afganistán ellos no permitirían que grupos antiamericanos se asentaran en suelo afgano. Claro, lo juraron por el Dios de los infieles, no por Alá, pero eso era todo lo que necesitaban los gringos para salirse de Afganistán con el rabo entre las piernas. Eso me hace recordar al secretario de estado de Obama, el liberal John Kerry sentado en la Habana oyendo jurar a Ivan Márquez, el jefe negociador de las farc, que no iban a delinquir más y se iban a retirar del narcotráfico. Eso le bastó al gobierno Obama para bendecir al Nobel, y hoy ven con preocupación que Colombia se volvió a inundar de coca. Las cosas del apaciguamiento.
Es tragicómico repetir las imágenes de los talibanes en Kabul y compararlas con las de la salida de los gringos de Saigón en los 70, tras perder la guerra de Vietnam, con el trasfondo de las palabras del secretario de estado diciendo que los gringos se fueron porque ya cumplieron su objetivo de capturar o dar de baja a los que atentaron contra las torres gemelas, cuando la caída de Osama bin Laden, el último objetivo duro cayó hace diez años.
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Yo no sé qué pensará el pueblo gringo de volver a ver a su país, el más poderoso del mundo perder ante unos guerreros medievales, después de un enorme costo en vidas y dinero, pero si sé que piensa el resto del mundo de un gobierno gringo apaciguador: no da confianza. Las imágenes en que se ven a los afganos colaboradores de los Estados Unidos tratando desesperadamente de huir de una segura muerte a cargo de los talibanes, hará cada vez más difícil que Estados Unidos consiga colaboradores en los países en que actúa.
Y como todos sabemos que la política de apaciguamiento es esconder el mugre debajo de la alfombra, la caída en este momento de Afganistán en manos talibanes es como abrir la caja de Pandora. Lo primero a pensar es que la frontera afgano-paquistaní se puede “unificar” en un concepto fundamentalista de alcances insospechados. Muchos sostienen que la región tribal de Paquistán es aún más peligrosa que la afgana, y no debemos olvidar que bin Laden se escondía protegido en esa región de Paquistán cuando fue dado de baja. Hoy los Estados Unidos deberán empezar a dormir con un ojo abierto. El apaciguamiento envalentona a los enemigos.
Lo otro a seguir es cuál va a ser la actitud frente al nuevo Afganistán, del actual regimen de Irán que se ha convertido en el mayor riesgo de Occidente desde que Obama se declaró tranquilo del acuerdo de no desarrollar armas nucleare por parte de los persas, el cual parece haber sido violado incluso antes de firmarse, pero para el apaciguador Obama fue suficiente. Hay que recordar que ahora Irán es también pirata en las aguas del golfo pérsico y el mar rojo. Esto a su vez calienta el Pacifico Oriental y da pavor tener al frente de la gran superpotencia un “crédulo crónico” de sus enemigos.
Por eso ante la amenaza china, países como Japón, India, Australia y Corea del Sur están incrementando sus presupuestos de defensa ante la desconfianza que produce ser defendido por un agua tibia gringo que en cualquier momento se retira del mar se sur de China, ante la promesa de los chinos de portarse bien si reciben algunas posesiones. Y para América Latina esto significa que ante el escenario que se abre en Pacifico, dejaremos de importar cada vez menos para Estados Unidos, lo cual explica la próxima jugada de Biden de retirarle a Venezuela todas las sanciones, con base en una “negociación” de buena fe con el regimen de Maduro.
Y así sea trillado, hay que recordar que la política de apaciguamiento del británico Chamberlain con Hitler, le dio a este tanta ventaja que costo un mundo poder derrotarlo.
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La caída de Afganistán no cierra una época de errores geoestratégicos, abre una nueva era de incertidumbre mundial que puede ser muy costosa. Ya los países vecinos de Afganistán a excepción de Paquistán reforzaron militarmente sus fronteras y pusieron en máxima alerta a sus fuerzas de inteligencia.
Los liberales gringos (es decir, la izquierda académica, de prensa y de la burocracia de inteligencia), que hoy manejan la política exterior han logrado el surgimiento de una nueva pandemia: la de la inestabilidad política mundial y el riesgo de nuevos y crecientes conflictos. Robert Kaplan en su libro Gruñidos Imperiales, escritos a partir del par de años que este autor pasó con las tropas estadounidenses por el mundo, deja en claro que una es la actitud de las burocracias en Washington, y otra la de las tropas en campo. Los primeros desde sus oficinas disparaban presentaciones en power point y los otros desde sus trincheras cargaban el peso real de los conflictos que los otros “estudiaban”.
Muchos liberales gringos aseguran que Estados Unidos entró en decadencia y para demostrarlo le dieron Afganistán al Talibán. Visión cumplida, porque la misión fue incumplida.
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