Cada mañana, en las carreteras que conducen al frente en el este de Ucrania, los soldados ucranianos hacen una parada antes de seguir la ruta para comprar café y perritos calientes.
Calentado sobre una pequeña parrilla y servido con todo tipo de condimentos, el perrito caliente ucraniano se encuentra en todas las gasolineras, kioskos y panaderías del país.
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A proximidad del frente, este tentempié es muy apreciado por los combatientes que luchan contra el ejército ruso. Algunas gasolineras incluso regalan esta comida a los soldados, lo que provoca largas filas de espera.
“Es como una tradición venir aquí a hacer una parada, tomar un buen café y un perrito caliente”, explica Casper, el apodo de un soldado de 57 años que lucha en el Donbás, la cuenca minera del este de Ucrania.
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Antes de la guerra, su mujer no dejaba que los comiera. Pero el conflicto le hizo cambiar de opinión.
“Mi mujer dice que no es comida”, sonríe. “Estaba acostumbrado en comer platos cocinados en casa, pero ahora, como ve, como perritos calientes y no lo sabe”, continúa.
Casper no es el único en haber cambiado sus costumbres alimenticias desde la invasión rusa de Ucrania a finales de febrero.
A Jense, el nombre de guerra de un militar en el Donbás, le gusta añadirle mayonesa, mostaza y ketchup.
Antes del conflicto, hacía deportes y cuidaba su alimentación. En vez del pan blanco, elegía pan completo.
“Con la artillería, [el tipo de pan] no tiene ninguna importancia”, bromea entre dos bocados.
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