“De un momento a otro se quedó dormida y se marchó en silencio como entre un sueño, fue tan hermoso ese momento”, exclamó la abogada Kathia Liliana de la Tororoma Jácome Vega, la hija menor de Raquel Vega Claro.
En efecto, la reina del Papá Noel se había marchado como en un trineo al encuentro celestial con el creador luego de 102 años de existencia, dejando un gran vacío en la sociedad ocañera.
Una mujer que sobrevivió a las dos pandemias, testigo de los efectos de la Segunda Guerra Mundial y quien se salvara de la violencia partidista de 1948, se constituyó en ejemplo de lealtad y rectitud de principios que transmitió a las futuras generaciones.
Su hija Fabiola la recuerda con ese donaire, gallardía, fraternidad e hidalguía para sembrar valores éticos y morales entre la gente. “Era un dechado de virtudes, enseñó el arte de tejer, amante de la música, dejó un gran legado”.
Los hijos aseguran que hará mucha falta en esta Navidad y en especial a los Papá Noel, pues no estará la persona que les cambie los vestuarios y peine las barbas.
Se apagó esa sonrisa que irradiaba felicidad en todos los rincones de su casa donde la señora Raquel María Vega Claro, daba la bienvenida a la navidad.
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El sicólogo Rafael Sarabia Ascanio la calificó como una mujer excepcional, que vivió feliz toda su vida. “Tenía una mente positiva, era muy activa, recordaba momentos agradables de parrandas y la última vez cantó conmigo la Consentida de Fabián Corrales”, indicó.
El pasado 30 de junio celebró al lado de sus seres queridos los 102 años y estaba contenta, pero 15 días después se fue al más allá.
Madre de 13 hijos, de los cuales tres ya se han ido al viaje sin retorno, disfrutó al máximo con sus allegados.
Fue la reina de Ocaña en el año de 1938 y desde entonces mantuvo el corazón lleno de alegría.
Consideraba que la Navidad era la mejor época del año y durante más de 50 años tuvo una extraña afición de coleccionar Papás Noel.
En su casa pernoctan más de 500 de esos personajes de todos los estilos y colores, los cuales representan la generosidad del ser humano, virtud que cultivó durante su larga existencia, indicó su hija Piedad Jácome Vega.
“Esas figuras de todos los tamaños también deben descansar en paz, no sabemos más adelante que pasará con ellos”, recalcó la abogada Kathia.
Cofre de bondad
En la casa de doña Raquel se respiraba un ambiente de fraternidad donde los 10 hijos, los 30 nietos y 18 biznietos adelantaban los preparativos para las cenas familiares.
“Mi mamá, fue ejemplo de bondad, solidaridad, amor, ternura y hospitalidad. Las puertas de la casa siempre estuvieron abiertas para todo el mundo. Era una campanita que despertaba la felicidad en el seno del hogar”, añadió Piedad.
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Con el deceso ya no volverán a verse las papayas encima de los tejados para que se tostaran bajo el sol y utilizarlas en la elaboración de la conserva, el fogón humeante para cocinar los tamales y los sartenes para moldear los buñuelos.
“Mi mamá fue una mujer valerosa que resistió el dolor de perder a sus seres queridos y nunca se arrugó su alma. Era como una arañita por su capacidad de tejer los manteles blancos. Nos enseñó muchos valores”, agregó.
Mujer excepcional
Nacida el 30 de junio de 1919 en el populoso sector de la Piñuela, casada con Julio Jácome Pérez quien durante muchos años trabajó en Ferrocarriles Nacionales y consintió a la reina, indica su hija Piedad.
Durante la navidad la casa se vestía de colores con el pesebre y se rezaba la novena sagradamente en honor al Niño Dios ya que en su alma profesaba una fe inmensa y recibe muchos favores.
En ese entonces no se acostumbraba entregar detalles en Navidad. “Eran otros tiempos, en diciembre nos daban frutas y nosotras contentas. Por ahí, se observaba entre las niñas ricas muñecas de trapo. Ni sabíamos que existía un Papá Noel que repartía regalos”, exclamaba la matrona ocañera quien sólo conoció al personaje después del nacimiento de su primer hijo Jairo Jácome Vega.
Personaje llega a su casa para quedarse
Cuando cumplió los 100 años, en dialogo con La Opinión, recordó el momento cuando viajó a Bogotá y en plena temporada aparece un viejito con un vistoso vestuario rojo y barba blanca entregando juguetes.
Esa imagen la impactó tanto que comenzó a dar posada a los simpáticos personajes procedentes del polo norte y se quedaron para siempre en su memoria.
Le encantaba esa combinación de colores y la historia de ese hombre bonachón que se desliza por las chimeneas.
Su esposo viajaba mucho, pues fue funcionario de Ferrocarriles Nacionales y le traía los curiosos personajes para decorar la casa.
La gente también comenzó a conocer los gustos y era imperdonable visitar la vivienda sin ese detalle. Sobrinos, nietos y biznietos propiciaron la invasión de las diminutas figuras.
Aprendió el arte de las confecciones durante su estadía en el colegio de La Presentación y comenzó a bordar cortinas, vitelas y manteles para recibir a los ilustres muñecos que alegraban su existencia.
Profesaba un gran amor hacia ellos y nunca descuidó detalle para generar ese ambiente especial en el seno de su hogar.
Desfile de los Papá Noel
Su vivienda, ubicada en el barrio Acolsure a la entrada de Ocaña, por esta época de Navidad se transformaba en una galería donde asomaban los rostros los Papá Noel dando bienvenida a propios y visitantes.
Durante muchos años se convirtió en testigos mudos del ambiente festivo y solidario en el seno de la familia Jácome Vega.
Cuando los familiares y amigos viajaban a los distintos países se acordaban de Doña Raquel y conseguían la figura del legendario personaje para entregarlo como regalo de navidad.
Así logró una colección que supera los 500 Papá Noel. Hay de todas las representaciones culturales en el trineo, como llavero, bailarines acompañados de la mamá Noel, en forma de guirnalda, lámparas para iluminar el jardín, inflables, de madera, en tela, porcelanas y cuanto material existe en la naturaleza.
A un visitante se le ocurrió armar una orquesta completa que entonaba villancicos y era el centro de admiración, pero un buen día se callaron para siempre. Así como lo hizo la señora Raquel Vega para encontrarse con el creador.
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