Un adminículo que hace 12 meses los seres humanos llevan pegado al rostro como una segunda piel se convirtió en el escudo protector más efectivo para evitar contraer la COVID-19.
El tapabocas o mascarilla cobró protagonismo desde principios de 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio su primer parte sobre brotes epidémicos relativos a un nuevo virus en Wuhan (China), y puso a temblar a la humanidad cuando el 11 de marzo profundamente preocupada por los alarmantes niveles de propagación de la enfermedad, y por su gravedad, declaró al coronavirus como una pandemia.
Ese ‘campanazo’ empezó a cambiar los comportamientos de la población en los diferentes países del orbe, que se vio confinada en un corto periodo de tiempo, reducida a sus lugares de vivienda, lejos de las oficinas, escuelas, colegios, universidades, discotecas, gimnasios, parques, escenarios deportivos, conciertos, bares, restaurantes, en fin, separados hasta de la entrañable familia.
En este primer año de pandemia los días se fueron haciendo más difíciles en la medida en que para frenar la propagación del virus se fue cercando la actividad humana, donde los abuelos y los niños fueron los primeros en quedar confinados, privados de la calle, de compañeros y amigos.
Gradualmente se fueron a casa los empleados públicos, los trabajadores de fábricas, los oficinistas, ejecutivos y hasta los vendedores ambulantes, y pronto las calles quedaron vacías, luctuosas, fantasmales, sin el ensordecedor bullicio producido por automóviles, peatones y toda la barahúnda que caracteriza a una urbe.
Las cosas ya no eran lo mismo, el niño desde un computador, tableta o celular seguía las explicaciones del profesor al otro lado de la línea, más concentrados muchas veces en un videojuego que en el eco lejano de una explicación de matemática, historia o sociales.
El ejecutivo convertido en padre de familia de la noche a la mañana, ligero de ropas, atendiendo sus asuntos desde la intimidad de la alcoba o su poltrona preferida, mientras que una resignada mamá se ocupaba de sus interminables labores de la casa.
Los paseos al parque, las idas al cine, al centro comercial, a lugares de diversión quedaron en pausa y hasta la simple caminata, un paseo en bicicleta, una amena charla con el vecino se fueron refundiendo entre los miedos, afugias y las noticias que iban llegando del exterior, porque ahora la casa era la fortaleza y lo demás estaba afuera, donde el enemigo silencioso asediaba.
Muchos vivían el encierro sin trabajo porque la fábrica cerró y por consiguiente los alimentos escasearon y en los barrios de muchas ciudades, incluida la nuestra, debieron sus ocupantes ondear trapos rojos para implorar la caridad.
Definitivamente todo cambió. El lavado de manos, los gel desinfectantes, el alcohol, los tapabocas y otros productos que a la gente le dijeron que servían para atajar el virus fueron comprados con avidez, en desdeño de otros productos que la gente solía adquirir cuando todo era normal.
Sin embargo esta era la nueva normalidad, se escuchaba en la televisión, que bombardeaba con noticias, una tras otra, de manera interminable, sobre los estragos que hacia el nuevo visitante, del que solo se sabía su procedencia y letalidad.
Luego muchos se fueron contagiando en la medida que relajaban los cuidados y se aventuraban a la ahora temida calle, inundando pronto las salas de hospitales y clínicas y hasta los propios hogares se vieron reducidos a sanatorios, con gente postrada padeciendo los rigores de una temida enfermedad, mientras que otros a pesar de dar positivo, permanecían en cuarentena obligatoria, por ser asintomáticos, términos que también se hicieron familiares.
Así fueron transcurriendo los días y los meses en el mundo, en nuestro país y nuestra ciudad, con picos de pandemia en ascenso, valles de la pandemia y leves descensos en las curvas de contagios, donde el ser humano pasó a ser un dato estadístico de fallecidos, casos confirmados, casos activos, recuperados, camas ocupadas, ocupación UCI, muestra PCR y antígeno tomadas, porcentaje de hombres, porcentaje de mujeres, en fin todo un decálogo de tragedia.
El Gobierno Nacional por su parte acudió a decretos que iba cambiando al vaivén de las circunstancias en una sucesión que parecía no tener fin, como fórmulas salvadoras y evidente improvisación, pero nada parecía efectivo en medio de este caos, y claro, el remate siempre solía ser el mismo: ¡lávate las manos, quédate en casa!
Llegó un momento que la presión fue tan grande que desde el mismo poder central tuvieron que empezar a abrir la válvula de escape y de una cuarentena obligatoria se pasó al distanciamiento social y a la reapertura económica.
Todo porque las micro, pequeñas, medianas empresas estaban quebradas, el Gobierno estaba vaciando las arcas del erario público para intentar salvarlas, mientras que el hambre de la gente en casa era el pan cotidiano. Entonces, con la reapertura los que pudieron volvieron a sus antiguos oficios, otros se reinventaron, una palabra que se puso de moda, y los demás al rebusque en las calles y avenidas como siempre les ha tocado.
En medio de todo este samplegorio los que no perdieron su tiempo y no se distrajeron fueron los científicos, quienes en diferentes partes del mundo se concentraron en producir la vacuna para detener esto que un buen día, por cosas que no están bien claras, se convirtió en una amenaza latente contra la especie humana y que obligó a cambiar los hábitos, costumbres y formas de encarar la vida.
Sin embargo, llegó la vacuna producida en tiempo récord, según lo que se ha dicho a los cuatro vientos, pero por las mismas desigualdades sociales y económicas los biológicos no están llegando de manera equitativa a los países, además porque a pesar de tanto alistamiento, simulacros y comités preparatorios, la distribución y vacunación avanza a paso de elefante en todo el territorio nacional.
#ATENCIÓN Se confirma primer caso de coronavirus COVID-19 en Colombia pic.twitter.com/dVDDDft51l
— MinSaludCol (@MinSaludCol) March 6, 2020
El primer caso en el departamento.
Aquel domingo 15 de marzo de 2020 quedaría grabado para la historia como el día en que la COVID-19 oficializó su presencia en Cúcuta y Norte de Santander.
Y lo hizo con una mujer de 47 años procedente de España, quien había arribado a la capital nortesantandereana el 9 de marzo.
Doce días después, el 27 de marzo, se confirmó el primer caso de un paciente fallecido por el virus, también en una mujer de 74 años de edad procedente de Venezuela.
A partir de este momento, se puso en marcha el plan de salud que dispuso el gobernador, Silvano Serrano, para hacerle frente a la pandemia, estrategia a la que se aliaron alcaldes y autoridades de salud del departamento, tanto del régimen público como privado.
El despliegue se puso en marcha por parte del Gobierno departamental buscando preparar a la población para asumir el reto de la pandemia, pero también para la contención y mitigación del virus, hecho que se tradujo en una embestida administrativa y operativa sin precedentes en la historia del departamento en materia de salud, infraestructura y tecnología.
Al margen del impacto negativo que produjo el coronavirus en la vida de los nortesantandereanos, también sobrevinieron cosas positivas. El departamento consolidó una flota de ambulancias medicalizadas, pasó de tener 128 camas UCI a 467, se construyeron y dotaron dos laboratorios especializados para la práctica de pruebas COVID y se creó una sala de crisis en la que se ha monitoreado la pandemia en tiempo real cada día del año que ya se completa de pandemia.
Un esfuerzo en el que se ha contado con el concurso del Gobierno Nacional y cooperantes internacionales.
Se cumple un año también en el que 35 profesionales de la salud perdieron su vida en la primera línea de batalla contra la COVID-19, partidas que demuestran el coraje de la raza nortesantandereana ante las grandes adversidades, pero también el testimonio de que el coronavirus no es cualquier virus, que no debemos relajarnos ahora cuando las cifras de positivos y fallecidos están curva abajo.
“Los expertos epidemiológicos afirman que toda pandemia tiene tres picos, ya hemos pasado por un segundo y el llamado es a no relajarnos, hemos dado la orden a seguir en completa alerta y a estar muy pendientes de lo que pueda pasar ahora que se dio inicio a la vacunación”, dijo el gobernador Silvano Serrano.
Para el gobernante regional el año que se cumple ha sido el reto más grande al que se han tenido que enfrentar, porque es una crisis sin precedentes, que no estaba en la agenda de ninguna autoridad del mundo.
El empleo, el más damnificado
El informe Panorama Económico Regional 2020 de la Cámara de Comercio de Cúcuta muestra que el desempleo sigue siendo uno de los problemas más críticos del país, lo que aunado a la coyuntura por la COVID-19, hizo que la tasa de desocupación nacional en noviembre de 2020 se ubicara en 13,3%, lo que representa un aumento de 4 puntos porcentuales en relación con la tasa de desempleo del mismo mes del año inmediatamente anterior.
Cúcuta y su Área Metropolitana dejan de estar en el top 10 y se ubican en el puesto catorce, reportando una tasa de desempleo de 18,2% en el trimestre móvil septiembre-noviembre del 2020, lo cual refleja un incremento de 3,7 puntos porcentuales con relación al mismo periodo de análisis del 2019, según el informe.
La tasa de informalidad en Cúcuta y su área metropolitana durante lo corrido del 2019 presentó un crecimiento constante con tasas entre el 68% y el 72%. Estas cifras han ubicado a la ciudad como la más informal a nivel nacional. Como consecuencia de la pandemia no fue posible la medición de este indicador en los primeros meses del 2020.
Para el periodo agosto-octubre de 2020, de las 23 ciudades y áreas metropolitanas, las que presentaron mayor proporción de informalidad fueron: Cúcuta A.M. (71,5%), Sincelejo (64,5%) y Santa Marta (63,9%). Las ciudades con menor proporción de informalidad fueron: Manizales A.M. (38,6%), Bogotá D.C. (41,5%) y Tunja (41,9%).