Por Luis Fernando Niño López
Doctor en historia y artes de la universidad de Granada – España
Es muy emocionante todo lo que hemos vivido desde el 2019 en preparación a lo que sería la conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1821 – 2021 en la Villa del Rosario de Cúcuta, avanzar en cada una de las acciones que se planearon pese a las adversidades más complejas entre ellas sin lugar a dudas la COVID-19 que ha dejado tantas secuelas y dolor en los últimos tiempos; revivir cada uno de los eventos de lo que se realizó entre el 6 de mayo al 6 de octubre de 1821 nos lleva a evocar la importancia de construir una nueva nación y de mirar con visión de futuro cada uno de los artículos que se redactaron para el bienestar de los conciudadanos del sueño de la Gran Colombia.
Entre esos recuerdos también llegan reflexiones y cuestionamientos sobre los pilares en las que fueron construidos dichos preceptos no solo jurídicos, sino sociales, económicos y el espíritu vivo de la revolución independentista que quita el yugo de la conquista y nos lleva a ser autónomos, determinantes, tarea no fácil en medio de las calamidades de guerras que aun persistían en todas las latitudes de la América Grande y por supuesto de algunos adeptos aun a la corona de España, pero este no desanimó a nuestros próceres, al contrario los llevó a tomar decisiones rápidas para enfrentarse a dichos sucesos, muchas de estas temerarias y arriesgadas de la misma magnitud de los problemas para que esta noble empresa no fracasara.
Uno de estos elementos es el valor y relevancia que tuvo la democracia en el proceso de elaboración de la Carta de 1821 y claramente los vestigios que quedan de esta hasta los tiempos de hoy en Colombia, ya que este documento fue el inicio de nuestra nueva república. Evaluamos lo efectivo que fue el desenvolvimiento de la democracia hasta nuestros días en Colombia y también las ausencias insuperables de las fallas que como sistema hemos tenido al enfrentar este aporte griego a la humanidad. Durante todo el proceso lo primero que se confirma es que el camino no fue fácil, que, por supuesto hay avances y retrocesos, de egos, discusiones que incluso rompen con la paz política que establecieron los caudillos y libertadores del momento. En segundo lugar, debemos destacar que esta Carta de 1821 bebió de fuentes muy ricas en la pujanza libertaria del momento, no fue otra la situación ya que los protagonistas del proceso seguían de cerca los acontecimientos de la revolución norteamericana y claro está de la revolución francesa que a simple vista se denota en cada artículo y consideración constitucional. No por esto estas transiciones democráticas se vieron ajenas a tensiones internas tal como constan las actas de redacción constitucional y después de promulgada en la acción real de la misma se socavaron hasta el punto de su desintegración en 1828 en Ocaña.
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Si comparamos a Europa con las nacientes repúblicas de América del sur, los países de Europa lograron establecer regímenes de garantías y participación que los llevaron a crecer en normas y economía que progresaron a sociedades más conscientes de conservar dicho modelo. Nuestros sistemas en cambio partieron de los personalismos que desembocan en la guerra de supremos, la violencia partidista y lo que hoy reconocemos como conflicto armado interno.
Es de resaltar que cuando nosotros revisamos el sistema democrático que nos rige desde 1821 hasta la actualidad tenemos un ambicioso sueño de mantener los legados de las primeras revoluciones europeas, tales como la libertad, igualdad, fraternidad que se verían en prácticas de voto, derechos inalienables y el respeto al soberano, a esa fuerza del pueblo no solo como anónimo elector sino como determinante en la toma de decisiones de los destinos de nuestra Nación. Para ello una de esas primeras experiencias era derrumbar todo el sistema colonial, adaptarnos a las nuevas tendencias modernas si se quiere llamar de esa manera y sobre todo que cada uno de los habitantes se sintiera identificado, que pudiésemos participar activamente de la política, que de una vez por todas se acabara la esclavitud, que pudiésemos opinar de manera libre y espontánea, además de responsable, que se reconozca el valor y la confianza de las instituciones, que la hacienda pública se recolectara entre todos para bienestar de todos. Algo que me llama mucho la atención de esta Carta entre muchas otras cosas son la relevancia que alcanza la educación pública, las relaciones internacionales como reconocimiento de nuestro proyecto y al final el carácter nacionalista de que queremos “Ser”, nuestra vocación, que luego se desdibujó por los problemas anteriormente descritos. Esta es la brega institucional que se mantiene: proteger a toda costa la democracia hasta nuestros días.
Hoy más que nunca debemos interpretar la Asamblea de 1821, frente a nosotros como ciudadanos. Tenemos muchos desafíos y riesgos latentes que atacan nuestros valores institucionales, el crimen trasnacional, la búsqueda del dominio de terror sobre la razón, el enemigo más temible, el narcotráfico en todas y cada una de sus variantes y modalidades, la corrupción vergonzosa que desangra al país, la intolerancia, la brecha social que crece a diario, la difícil situación migratoria y de orden institucional, la banalidad de lo discursivo y lo corta que se ven las propuestas a la hora de tratar de solucionar estas problemáticas. Todo ello debemos afrontarlo, analizarlo y comenzar iluminados en las palabras de quienes estuvieron en la firma de esta magna Constitución a buscar pronta solución.
Este bicentenario 1821-2021 debe ser la excusa perfecta no solo para recordar y conmemorar sino partiendo de ello volver a lo fundamental del acuerdo pactado en lo social y político. Las nuevas generaciones ya no esperan más liderazgos mesiánicos, mucho menos soluciones personalistas y obsoletas. La democracia es viva, cambiante, participativa, decente y ante todo ilustrada de buenos principios y moral pública. Durante el 2021 revivimos estos valores y en alto hemos llevado el buen nombre de nuestro prócer más ilustre Francisco de Paula Santander. Nuestra amada Cúcuta, Villa del Rosario y Norte de Santander, debemos proteger y construir mejores procesos democráticos en donde todos podamos vivir de verdad juntos pensando en la posibilidad siempre de surgir de las cenizas.
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