“No quiero pasar más las noches en vela recordando aquellas épocas donde era navegable. Tal era mi reinado que facilitaba el intercambio en la ciudad cuando aún no existían los puentes que conectan al oriente con el occidente de Cúcuta. Incluso, permitía la salida de productos a Venezuela”.
Me convertí en un río de piedras y los cucuteños dejaron de darme la importancia que los indígenas Motilones y Chitareros -primeros habitantes de la ciudad- tuvieron en la antigüedad. Para ellos el río Pamplonita era la base de la vida, pero con la llegada de los colonizadores a las tierras de Juana Rangel de Cuéllar, ese pensamiento conservacionista se alteró, padecí de estrés y estoy condenado a morir de sed.
Digo eso porque mí situación es crítica y me quedé sin la cantidad y la calidad de agua necesaria para abastecer a los 165.000 usuarios que hay en Cúcuta, por mencionar uno de los 10 municipios por donde paso. Quiero compartir mis temores y por eso acepté dar esta entrevista, para que mí legado no se extinga como pasó con las decenas de especies que albergué y recuerdo con nostalgia.
¿Qué le originó estrés?
Tres hechos me originaron no solo estrés, sino problemas de ansiedad. Ocurrieron cuando Cúcuta aún se llamaba Villa de San José de Guasimal y el corregidor de Pamplona era Juan Antonio de Villamizar. Él, ordenó construir el matadero cerca de mí para evitar pestes y sus palabras fueron: “de suerte que las aguas laven todas las materias inmundas que suelen por su corrupción contaminar el aire y causar enfermedades”.
¿Cuáles son los otros dos hechos?
Sí. Mire en ese momento se adoptó la creencia de que todo lo malo es mejor que se lo lleve el Pamplonita y como si fuera poco, se empezó a pescar con barbasco -planta cuyo zumo mata a los peces-. Luego, en el Siglo XVIII, se gestó otro hecho que contribuyó a la esterilidad de los suelos, el cultivo de cacao, base de la economía.
¿Navegaría en el tiempo para cambiar la historia?
No, no viajaría al pasado, hay un costo social que actualmente no quieren asumir. La historiadora Carmen Adriana Ferreira me contó que en La Colonia los ríos eran respetados por los pobladores, que temían al poder de las inundaciones. A los humanos se les olvidó que son un elemento más de la naturaleza, no los dueños de la Tierra.
¿Está condenado a conservar antiguas heridas?
Sí. Las causas -aparte de las que le he mencionado- son: el crecimiento urbanístico desordenado a lo largo de mí cuenca. Las descargas directas de aguas negras de Pamplona y de Cúcuta, los derrames de petróleo (los más intensos fueron en junio de 2007 y en diciembre de 2011), la erosión y degradación del suelo, la pérdida de cobertura vegetal y biodiversidad, el vertimiento de agroquímicos y captaciones ilegales.
¿Ese es el costo social del que habla?
No, esos son los focos de mí destrucción, conocidos ampliamente por Corponor, autoridad ambiental a la que le perdí el respeto. El costo social cuesta, tanto en dinero como en voluntad de cambio. Lo primero que deben hacer es preguntarse si quieren seguir viéndome en estas condiciones y formar un frente común. Adquirir predios para repoblar y no talar, cero minería, manejar con cautela el riego de cultivos, forzar al cumplimiento de la normatividad. Hay personas que aún no me conocen y creen que el agua nace en las llaves.
¿Cómo cambiar eso?
Con educación ambiental. Esa es una batalla de largo plazo. Yo les proveo el agua, vital para vivir, ellos deben cuidarme con buenas prácticas.
¿Un ejemplo de malas prácticas?
En el municipio de Los Patios hay 15.489 usuarios del servicio de agua potable. Ellos creen que el problema del agua es por el bajo caudal que tengo, pero no se dan cuenta que el crecimiento urbano se hace sin estudios previos para determinar qué tanta agua se necesita para abastecerlos sin alterar el caudal ecológico de La Honda, que es uno de mis tributarios. Si la quebrada se seca, que puedo esperar... la respuesta es evidente.
¿Este es el momento más crítico?
Sí. Ni siquiera cuando se dio la famosa ‘Hora Gaviria’, entre el 2 de mayo de 1992 y el 7 de febrero de 1993, por un fenómeno El Niño intenso que desató una crisis energética por embalses casi secos.
¿Castigará con racionamientos?
A pesar de la maldad humana, no imagino ese escenario. No se me olvida que mi función es dar vida. Hasta ahora Aguas Kpital me desvía totalmente en la bocatoma y un kilómetro abajo, donde están los desarenadores, hacen descargas de 300 litros por segundo -entre las 5 de la tarde y la medianoche- para mantenerme el caudal ecológico. El gerente Hugo Vergel cree que es una buena estrategia y además, traen agua de mi primo Zulia. Sin embargo, no se descartan racionamientos porque el fenómeno El Niño no da tregua y necesito un respiro.
¿Qué hacer en sequía para cuando vuelvan las lluvias?
Eso lo tiene clarísimo el hidrólogo Gustavo Carrillo, docente de la UFPS. Comparto la tesis de que hay que hacer un recorrido y limpiarme el cauce -eliminar la vegetación y escombros- para que al venir el fenómeno La Niña, las inundaciones no generen emergencias por represamientos. Además, hay que acelerar las obras de estabilidad de vías y de taludes, que contribuyen a evitar deslizamientos en invierno. Este es el momento ideal para prevenir, revisar alcantarillas y reforzar los diques sedimentadores, que disminuyen la pendiente de mi corriente y son vitales con fuertes lluvias.
*Por: Eduardo Rozo Jaimes | eduardo.rozo@laopinion.com.co