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La cara oculta de la ludopatía, un juego perdido
Una nueva apuesta por recuperar sus vidas.
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Lisbeth Vargas
Lisbeth Vargas
Domingo, 30 de Junio de 2024

"Una vez más y no más, solo una vez más”, era la frase que se repetía Rosa, cada vez que depositaba su dinero en las máquinas tragamonedas del casino donde siempre perdía todo el dinero que llevaba.

Detrás de esto puede encontrase la ludopatía o juego compulsivo, al que se le considera como una enfermedad emocional y progresiva por naturaleza.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) la cataloga como un trastorno psicológico que se caracteriza por la incapacidad de controlar el impulso de jugar y apostar dinero.

“Un ludópata es un completo mitómano y manipulador, no existe manera de frenarlo a menos que él mismo tome la decisión de rehabilitarse, pero ese no es el final, el desafío es mantenerse”, apunta el líder en Cúcuta de una organización que apoya a quienes pierden la partida con esta enfermedad.

Los factores que contribuyen al desarrollo de la ludopatía son diversos y complejos. Entre ellos se incluyen factores biológicos, psicológicos y sociales. Por ejemplo, la presión social para participar en juegos de azar, la disponibilidad y accesibilidad de los juegos son todos elementos que pueden influir en la vulnerabilidad de una persona hacia esta adicción.


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Un enemigo 

Esta enfermedad, la cual aún es desconocida por muchos, puede llegar a distorsionar la realidad de quienes la padecen y volcar su vida a grados inimaginables.

“Sentada en mi escritorio de trabajo no paraba de pensar en que la hora del almuerzo se acercaba y podría volver a jugar, tenía que buscar dinero así que siempre usaba una excusa para conseguir dinero, había perdido el control”, dice una mujer al compartir su experiencia en ese grupo cucuteño.

Esta adicción no solo representa un riesgo para la estabilidad financiera y emocional de quienes la padecen, sino que también genera repercusiones significativas en sus familias, ya que el deseo infrenable de participar en juegos de azar, ya sean máquinas tragamonedas, juegos de cartas, apuestas deportivas u otros, se convirtió en su enemigo.

“Era el cumpleaños de mi hijo, le dije a mi esposa que iría a comprar un pastel, pero no regresé, me quedé jugando, pase horas dentro del casino”, se le oyó decir a otro  asistente al grupo jugadores anónimos en la capital de Norte de Santander.


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“Sabía que era un error, pero necesitaba seguir jugando, no sabía el daño tan grande que le estaba haciendo a mi familia, al final me quedé solo y sin un solo peso en los bolsillos”, es otro relato sobre este mal que tiene su impacto en la ciudad.

“La primera vez que me acerqué a un casino era una estudiante universitaria, una amiga me invitó y como suele suceder tuvimos suerte de principiante, pensé que había logrado conseguir el secreto para ganar dinero fácil, estaba equivocada, dure más años atrapada”, es la advertencia que sale de lo más profundo del ser de otra afectada en tierras cucuteñas.

A los ludópatas la pérdida de control los dejó en un completo limbo. Lo que comenzó como un juego terminó en un tormento. Su único fin era conseguir fondos para seguir jugando sin importar las consecuencias de sus acciones, cárcel, indigencia o en casos más extremos, el suicidio y la muerte.

Lo anterior se sustenta en otra  confesión con acento cucuteño: “debía mucho dinero, amenazaron con matarme si no les devolvía cada peso que me prestaron, huí, pero seguía apostando, terminé vendiendo mi propia ropa para obtener algo de plata”.


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Un escape 

La ludopatía es mucho más que un simple problema de juego, es una adicción compleja que afecta a individuos y su entorno más cercano de manera profunda y duradera.

En la unión de estas experiencias predominan sentimientos como el remordimiento,  frustración, desesperación y tristeza, pues les recuerda a estos hombres y mujeres el tormento que atravesaron cuando el juego los consumió.

Sin embargo, este no fue su final, muchos de ellos lograron salir del pozo profundo en el que se encontraban.

Jugadores anónimos en Cúcuta

En la capital de Norte  de Santander, hace nueve años, se conformó el primer grupo de Jugadores Anónimos, una comunidad de hombres y mujeres que comparten sus experiencias, fuerzas y esperanzas para resolver un problema en común, recuperarse del juego. 
Grupo Fénix, como se denomina esta organización ubicada en la calle 9 con Avenida 0,  tiene un propósito: dejar de jugar y ayudar a otros jugadores compulsivos a dejar de hacer lo mismo.


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El anonimato como bien lo lleva en su nombre, se mantiene para salvaguardar la unidad de los grupos y el único requisito para ser parte es “tener el deseo de parar de jugar”, no hay cuotas ni honorarios, con un nombre es suficiente.

Las reuniones no solo se desarrollan para que cada persona exponga sus problemas e inicie el procedimiento para buscar salir ganadora de este laberinto, sino que a las mismas son vinculados los familiares y víctimas colaterales de esta enfermedad, con el propósito de lograr un apoyo integral.

¿Cómo funciona?

Durante las sesiones se escuchan los testimonios desgarradores de otros jugadores hablar acerca de las consecuencias que
el juego tuvo en sus vidas y en sus personalidades.
Algunas historias más desgarradoras que otras, pero todas con algo en común, el deseo compulsivo por no para de jugar.

La tasa de recuperación para un jugador compulsivo es muy baja, solo uno de cada diez logra dejarlo, no obstante para quienes asisten a estas reuniones se abre una oportunidad.

“Lo único que nos capacita para ayudar a otros a recuperarse de la ludopatía, es el hecho de que nosotros mismos hemos dejado de jugar; así los jugadores problema, que se dirigen a nosotros, saben que la recuperación es posible porque encuentran a la gente que lo ha logrado”.


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