El posconflicto va más allá de lo que dicen los acuerdos de paz.
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En zonas de Colombia que han sido altamente afectadas por la violencia, el posconflicto camina, observa, escucha y sueña. Vive sentimientos de perdón y experimenta emociones como la esperanza.
La historia de Oscar David Triana es un reflejo de esto. A Cúcuta llegó en el 2005, tenía 15 años cuando la guerrilla lo obligó a salir desplazado de Capitanejo (Santander) junto con su mamá y seis de sus ocho hermanos.
“Ese fue el primer punto de inflexión en mi vida. Mis papás se separaron y yo tuve que hacerme cargo de todos mis hermanos, una responsabilidad muy grande para un adolescente, pero tenía que ser capaz y lo logré. De Cúcuta me fui para Venezuela donde un familiar me dio trabajo, ahí duré dos años como empleado y con el tiempo logré crear mi propio negocio, me convertí en distribuidor de Lácteos Los Andes, con los ahorros del primer año me compré un camión y a los seis años ya tenía cuatro. Llevé del bulto, pero después empecé a ver la recompensa”, recuerda.
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Una recompensa que duró lo que dura el arcoíris antes de la tormenta. “El día que estaba cumpliendo años se me quemó un camión, perdí todos los productos que ahí llevaba y aparte me robaron una plata, pero seguí de pie. Lo que sí me doblegó fue la situación interna de Venezuela, al devaluarse el bolívar me tocó empezar a vender las cosas, me quedé sin nada y con una familia por alimentar. Ahí ya tenía a mi esposa y a mi hijo mayor. Me puse a trabajar con gasolina y de mototaxi”.
Codornices que traen paz
“Mi vida se dividió en un antes y un después cuando conocí de estas especies menores. Yo regresé a Cúcuta en el 2016 y entré a estudiar tecnología agropecuaria en el SENA, estando ya en las prácticas me dieron dos opciones: trabajar en una empresa o crear mi propio negocio, me arriesgué por la segunda. Cuando empecé el emprendimiento me contactaron de la Alcaldía de Cúcuta y me dijeron que a través de la Secretaría de Posconflicto y Cultura de Paz apoyaban a las personas víctimas. Esa ayuda me cayó del cielo”, expresa este trabajador incansable amante del café.
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Habla del año 2021 cuando su emprendimiento de Codornices La Frontera aún estaba ubicado en la vía Boconó, cerca al río que conecta con Ureña. “Estuve a punto de tirar la toalla porque no era rentable. Me tocaba poner plata de mi bolsillo y tenía que buscar trabajos alternos, pero llega esta ayuda de la Alcaldía en el mejor momento. Me dieron asistencias técnicas durante seis meses sobre el manejo y cuidado de las codornices y aparte me entregaron 1.000 aves para trabajar, concentrado y polisombras. Eso fue un impulso grandísimo porque yo solo y con esfuerzo había alcanzado a llegar a 500”.
Las nuevas cifras le permitieron a Oscar expandir su negocio y generar mayor rentabilidad.
Logró salir de la ubicación donde estaba e instalarse en el corregimiento de Juan Frío donde consiguió un galpón más grande con capacidad para albergar 4.000 codornices.
“Ya puedo decir que tengo un negocio consolidado, pude contratar un empleado y este año espero contratar a tres más. Quiero que Codornices La Frontera sea reconocido en la región. Mi visión es agrupar a los pequeños productores y crear una cooperativa en Norte de Santander. Para algunos son simples aves, pero para mí son el recuerdo diario del perdón y la persistencia. Perdoné a mi papá y día a día me esfuerzo por cumplir mi sueño”.
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