Si no se trata, la NAFLD puede progresar a una variación conocida como esteatohepatitis no alcohólica (EHNA), en la que el hígado se inflama y desarrolla daño celular. Puede producirse una cicatrización, conocida como fibrosis, pero el hígado posee la notable capacidad de repararse a sí mismo. Es por eso que, controlar factores de riesgo al tener un peso ideal, controlar la diabetes y reducir la presión arterial pueden detener o incluso invertir la progresión de la EHNA.
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Ahora bien, el aumento de las tasas de obesidad puede impactar a su vez sobre la prevalencia de la NAFLD alrededor del mundo. Asimismo, otros diagnósticos que pueden incidir en el desarrollo esta patología son diabetes tipo 2, enfermedad cardiovascular y presión arterial alta. Además, el 90% de las personas que tienen dos o más factores de riesgo metabólico como obesidad y diabetes y niveles no saludables de grasas en la sangre, pueden sufrir de NAFLD.
“Las enfermedades como la enfermedad del hígado graso no alcohólico requieren mucha atención, pues precisamente por su carácter silencioso, puede llegar a desarrollarse hasta tal punto en que es muy complejo su tratamiento. Afortunadamente el sector salud ha logrado avances importantes y actualmente cuenta con herramientas que van desde la detección temprana y el diagnóstico, con exámenes de laboratorio, resonancia magnética y ultrasonido para establecer un historial médico; desde la estadificación y tratamiento, para revisar con precisión el estado y gravedad del daño hepático con el fin de identificar el procedimiento adecuado; y desde el seguimiento, mediante la revisión rutinaria de las lesiones, el daño y la eficacia del tratamiento”, cierra Hélida Silva, directora de Asuntos Médicos de Siemens Healthineers, Latinoamérica.
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