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Alas de música
Es un arte que permite hacer fábula, en la mejor versión que puede darse del romanticismo.
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Domingo, 27 de Mayo de 2018

La música es como la gestación de la nobleza del alma en la espiritualidad, vertida en el rumor de cristal que sale de cada nota, de un canto, de un solo recitativo, de un coro o de un aria de ópera. O de cualquier copla sabia campesina, de un porro o un bolero, que cuentan cosas bonitas, sencillas, con una ternura inefable inscrita en los acordes de una guitarra, de un tiple, o de una tambora –incluso el silencio es música-

Es un arte que permite hacer fábula, en la mejor versión que puede darse del romanticismo: hace soñar y cantar y es como una medida meridional de los sentidos, dividiendo sus polos, interior y exterior, cruzando los hemisferios del misterio para darle consistencia sublime.

Dentro del ser humano hay una dimensión tejida de metáforas, vigente en lo añejo, enamorada de lo lejano, en un orden místico que me fascina. Es el secreto de la música para aislar la fantasía que posee y cultivarla en la intimidad. 

Por ejemplo, yo la entiendo como una emoción leal a la sensibilidad, como la voz muda que hay que dejar crecer dentro de uno mismo para darle grandeza a esa fuerza nostálgica, bonita y bondadosa, que marca espacios y tiempos de regocijo: algunos, los largos y lentos, son los mejores, porque presuponen aquella paciencia que impone lentitud, como una lluvia o como las alas de los sueños que reposan. 

Yo la cultivo como las semillas del agua, o las gotas de intuición que me enseñan a sostenerme en mí mismo, a colgarme de sus notas e iluminarme de las sombras, de los duendes, a buscar un reflejo de luz en dónde mirarme entre espejos universales profundos. La vida es exquisitamente musical.

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