De la orientación que se dé a los valores, dependerá el fundamento del nuevo contexto ético de la sociedad, ahora global, para afianzar el humanismo y constituirlo pionero en el corazón de los ciudadanos. 

Aunque siguen siendo los mismos, es imprescindible ordenarlos de acuerdo con una visión propia del tiempo moderno, dentro de indicadores culturales que determinen los moldes de una actitud crítica, constructiva, centrada en el concepto universal del bien moral. 

Su referencia a las cosas mortales, comunes y corrientes, los hace indispensables para ser guía, creencia y soporte de nuestros sentimientos, nexo y coherencia de una realización digna, tanto personal, como social. 

Si la sociedad se agrupa en torno a los valores, tendrá una causa sublime para realizarse y dar jerarquía a su acción comunitaria, proyectándola a una convergencia de solidaridad incluyente y englobante, imperativa y consecuente, para ser una maravillosa opción de paz.

El influjo de la espiritualidad cualifica el modelo para alcanzar la plenitud, para que las personas sean responsables de sus deberes y no lo contrario, para mediatizar la libertad y convertirla en la mejor aliada de los medios institucionales, la familia, la escuela y la propia sociedad, para un desarrollo social íntegro. 

Porque en esta era de cambios trascendentales los valores poseen planos diferentes, pero siempre serán la mejor alternativa de solución a las primordiales necesidades humanas.