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Aquellos 12 de octubre
Las personas que cuentan hoy con más de 25 años de edad recuerdan alegres y emocionados la celebración que vivieron del 12 de octubre.
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Lunes, 8 de Noviembre de 2021

Primero que todo digamos que ese día amanecía toda Colombia adornada con el pabellón nacional, como estaba ordenado por una antigua ley. En campos y veredas, en urbes, oficinas y edificios públicos y privados.

En los pueblos pequeños las casas lucían sus paredes recién pintadas, conforme lo había dispuesto el señor alcalde.

En pueblos y ciudades la ceremonia para conmemorar el Descubrimiento de América comenzaba con una misa solemne y el canto del Te Deum, a los que asistían los dignatarios de los tres poderes públicos, de la Fuerza Pública y la Iglesia.

Luego venía el desfile de las escuelas y colegios. Uniforme de gala. Marcialidad. Se marchaba con orgullo y dándose la mayor importancia. Representación del desembarco de Cristóbal Colón en las playas americanas, implantación de su espada en tierra y bendición del sacerdote evangelizador con la cruz en alto. Enseguida ocurría el simulacro de escaramuzas entre españoles y nativos, la rendición de éstos y el abrazo colectivo. El espectáculo terminaba con danzas indígenas. Por lo general había declamación de poesías alusivas al fasto, y el discurso de orden. El orador exaltaba a la madre patria que nos había traído la civilización y el regalo de un idioma universal y de una religión también universal que pregonaba la paz y la hermandad. Ni una palabra de odio. Ni de reproche o cuenta de cobro para alguno. Ningún resentimiento o amargura.

Todo el vecindario se había reunido en la plaza pública. La muchachada que había hecho tan excelente presentación personal y representación teatral era premiada con fuertes aplausos.

 Culminada la celebración, alumnos, profesores, autoridades y paisanos se retiraban reflejando en sus rostros alegría y satisfacción plenas.

En las ciudades, por supuesto, la ceremonia asumía proporciones mayores. La misa era campal. Un río humano inundaba calles y avenidas. Se respiraba patriotismo y júbilo. El himno nacional, cantado por las multitudes, los estudiantes y los hombres de armas, electrizaba. Había un mar de banderas. Recordaban la efeméride el gobernador y un prelado con discursos de alta literatura. A continuación desfilaban batallones de las Fuerzas Militares y de la Policía con aquella majestuosidad e imponencia. Aviones de la Fuerza Área mientras tanto rendían homenaje a nuestra nación, al Gran Almirante y a España con maniobras increíbles. Los numerosos colegios competían entre sí con sus vistosas bandas de guerra y con los ejercicios de formación y de gimnasia de perfecta coordinación y simetría.

Aquello siempre era una fiesta, una verdadera fiesta en que real, material y espiritualmente todo el mundo, de todas las edades, clases sociales y credos religiosos y políticos había participado. Era la fiesta del pueblo, del pueblo entero, del pueblo colombiano, feliz y en paz, orgulloso de su pasado y agradecido por aquel hecho histórico, el segundo más grande después del nacimiento de Jesucristo.

orlandoclavijotorrado@yahoo.es

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