El pasado domingo Argentina votó la segunda vuelta presidencial entre dos modelos claramente definidos: el "progresista" de línea peronista, ese engendro de socialismo latinoamericano, representado por el actual ministro de economía Sergio Massa que tiene a Argentina a punto de una hiperinflación que una vez más quiebre la economía argentina y un economista defensor de las tesis libertarias, es decir del libre comercio, la propiedad privada, la libertad individual y el control y reducción del estado y el alineamiento internacional claro con el mundo occidental. Se llama Javier Milei y es el diablo para los mamertos, o el regreso a la barbarie como lo llamó Gustavo Petro, con esos adjetivos sonoros e irracionales que tanto le gustan.
Ganó Milei con ese discurso escueto. Propuso cambiar el modelo político de Argentina y la gente lo votó. Propuso peluquear el gigantesco estado, privatizar, acabar con monopolios y oligopolios y la gente lo votó. Es tal vez el hecho político más relevante de Argentina en el último siglo y un experimento nacional único en la historia, pues Argentina es el único país del mundo que pasó, en algo más de un siglo, de ser del top diez de potencias económicas mundiales a ser parte del pelotón latinoamericano de países crónicamente subdesarrollados que cada vez más le apuestan a la intervención del estado para "superar" la pobreza y que demonizan la iniciativa privada. Setenta años de progresismo hundieron a Argentina en la pobreza, así como en Bogotá, cinco alcaldías progresistas la llevaron al límite de inviabilidad.
Milei propone dolarizar la economía argentina como una manera de superar la inflación galopante en gran parte producto de la emisión de dinero del gobierno actual, mecanismo al que recurre permanentemente. Allá no hay regla fiscal como en Colombia, que el gobierno Petro ya propone acabar. Quitarle el manejo monetario a los políticos progresistas es una buena salvaguarda.
En otra entrevista, el nuevo presidente Milei decía que los edificios que subsistían, con deterioro, pero aún imponentes, eran de principios del siglo XX y que los edificios feos y sin diseño eran de la época peronista y el justicialismo socialista posterior, concluyendo que el socialismo es incluso antiestético. Se nota al caminar por Buenos Aires: se ve como una mujer bella y rica con una vejez pobre y destructiva.
Argentina escogió por salir del modelo que la hundió en la pobreza y optar por el modelo de real economía de mercado y de reducir y encerrar el Leviatán estatal, pues un siglo de consignas izquierdistas solo ha traído el enquistamiento de la pobreza y el subdesarrollo.
En Colombia en cambio nadie propone cambiar el “regimen” como lo llamaba Álvaro Gómez, ese modelito de estado extractivo y colectivista en diferentes niveles que nos ha hundido en el subdesarrollo crónico. En Colombia la corrupción es sistémica, estructural, pero todos nuestros políticos parecen sentirse bien con él sistema y prometen solo pequeños cambios dejando incólume el modelo: gobierno grande, centralismo, gasto público creciente, impuestos asfixiantes y presidencia imperial.
No va a ser fácil el cambio, pues en América Latina el sesgo “progresista” se ha hecho cultural; la política se izquierdizó y ya nadie posa de derecha, sino de centro, lugar que les permite varios disfraces, desde el socialista hasta el neoliberal. Por eso los periodistas hoy ya no hablan de derecha sino de ultraderecha, otro sesgo de bodega que ancló en los medios de comunicación. Pero toda apuesta muy riesgosa como la del libertarismo en el mar mamerto latinoamericano, puede lograr gigantescas rentabilidades.
Si Milei logra reencauzar Argentina hará un gran servicio a América Latina en despojarse de ese socialismo bolivariano que nos tiene como el continente pobre y sin futuro del mundo. Si no lo logra, fortalecerá el Foro de Sao Paulo y hundirá América Latina en el letargo pobre que hoy sufren Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Argentina sueña con volver a ser grande. Inteligencia y carácter los pueden lograr.