Fueron muchos los conceptos modernos y avanzados que se plasmaron en la Constitución de Villa del Rosario. Sin embargo, resaltemos nada más que, tomando de la Revolución Francesa los lemas de la igualdad y la libertad, enriquecieron tales logros con otros tan esenciales como los de la seguridad y la propiedad.
No transcurrió mucho tiempo antes de que salieran a flote los inconvenientes y errores en la organización y administración del nuevo Estado. El primer trastorno se palpó muy pronto con el malestar de Caracas de obedecer a Bogotá y de que fuera ésta la capital en lugar de erigir como tal a una soñada Ciudad Bolívar.
El sistema federal no era el deseado por el Libertador, sino el centralista, como lo había propuesto Nariño.
Bolívar dejó en manos de Santander el gobierno general y del departamento de Cundinamarca, la actual Colombia, durante siete años. Páez asumió como intendente del departamento de Venezuela. Los venezolanos odiaban al vicepresidente Santander y no se sentían cómodos en la nueva república.
Ante tanto malestar se apuró la reforma de la Constitución mediante la que el mismo Congreso de Villa del Rosario llamó “La Gran Convención”, programada para diez años o más, citada en Ocaña. Esa convención fue convocada mediante la ley del 7 de agosto de 1827. Debía reunirse el 2 de marzo de 1828.
El Presidente Libertador pide una reforma perfecta. Su “Mensaje” angustioso a los diputados congregados en Ocaña releva de precisar los desastres, a los que llama “el cuadro de las aflicciones”. Veamos algunos de sus clamores:
“El derecho de presentar proyectos de ley se ha dejado exclusivamente al legislativo, que por su naturaleza está lejos de conocer la realidad del gobierno y es puramente teórico”.
(Destruidos la seguridad y el reposo), “únicos anhelos del pueblo”, la agricultura estaba en ruina; “todo se ha sumido en la miseria desoladora”. Igual se puede predicar de la industria. “Los fraudes, favorecidos por las leyes y los jueces, seguidos de numerosas quiebras, han alejado la confianza de una profesión (el comercio), que únicamente estriba en el crédito y la buena fe”.
Y ante el panorama de la bancarrota fiscal dijo:
“…El rubor me detiene, y no me atrevo a deciros que las rentas nacionales han quebrado y que la república se halla perseguida por un formidable concurso de acreedores”.
“¡Legisladores!...Un gobierno firme, poderoso y justo es el grito de la patria.
“Os ruego, con plegarias infinitas…para el pueblo, para el Ejército, para el juez, y para el magistrado ¡¡¡leyes inexorables!!!”
Las ideas socialistas ya prendían por aquellas calendas. Poco antes de las dos centurias se impondrían en tres de los países bolivarianos: Venezuela, Perú y Bolivia.
La reversa ha sido brutal. Se ha renegado del sistema demoliberal, de los valores judeocristianos, en suma, de la llamada cultura occidental.
¿Podrán los demoledores construir sobre las estatuas destrozadas de nuestros esforzados y geniales próceres y sobre las ruinas de Colombia una obra mejor que la que aquellos hicieron? ¿Tienen iguales o superiores virtudes?
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