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Bitácora azul
La tertulia constante con el silencio nos hace más comprensible.
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Domingo, 1 de Noviembre de 2020

Los lectores soñadores aprendemos que los árboles y las mariposas saludan, que los colibríes meditan vertiginosamente, que los inversos, los reversos y los posteriores son de cristal y que sólo basta buscar la salida del laberinto de la vida, para llegar al final con las emociones vigentes.

Somos viajeros imaginarios: tenemos a proa las ilusiones y a popa las ansias de buscar historias más allá de los mares; nuestros remos son las palabras y la nostalgia se nos ha vuelto una lejanía cercana -tan íntima- que suele perseguir los sueños e inscribirse en los pasos del tiempo para sembrarse en los libros.

Paseamos por los países, por los siglos, por las ideas, sin ninguna cohibición, porque siempre hay un atractivo por hallar, o repasar, o aprender, en esa posibilidad que abre la cultura a los románticos y a los que –como yo- somos buenos pobres y apreciamos los dones sencillos de la vida.

La tertulia constante con el silencio nos hace más comprensible el sentido del antes y el después porque, cuando captamos su ala invisible, miramos despacio y escuchamos las sugerencias del pensamiento alrededor de un buen recuerdo, de una ausencia sentida, o de esa melancolía que se hace grata cuando se entiende en su verdadera dimensión –que no es de tristeza, precisamente-.

De manera que de la lectura van surgiendo espacios e instantes diferentes del presente y, en ellos, se engendra un nuevo horizonte, despojado de las limitaciones de la lógica, para crecer en esa dignidad intelectual que los humanos debemos ir construyendo con dedicación, estudio y esfuerzo.

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