Hola Lucca:
Hoy hace dos años llegaste de otros mundos, y nuestro universo familiar sufrió un remezón de proporciones inmensas. Tu cigüeña –es decir, tu mamá- había hecho mal las cuentas, de modo que tu llegada nos cogió a todos fuera de base: sin pañales, sin tus camisitas, sin escarpines, y ella sin los preparativos necesarios para eso que llaman dolores del parto. Tu papá no había hecho el curso de paternidad, y tu nona, que había jurado que te recibiría en sus brazos, llegó tarde, cuando ya estabas carcajeándote de la vida.
Se suponía, según el médico y la comadrona y tu nona –cada uno según sus conocimientos y experiencias- que llegarías a mediados de octubre, pero parece que tenías muchos deseos de conocer este mundo y te adelantaste, y nos pusiste a todos en carreras. Pero fue una carrera jubilosa, llena de presagios y de alegría y de buena suerte.
Y llegaste arrasando con todo lo que encontrabas a tu paso, como un viejo conocido, como Lucca por su casa. Sonriente, saludando a todo el mundo con tu mirada alegre, con un mechón al viento como los artistas famosos, con tu piel de leche y tus ojos untados de cielo, y unos pies rechonchos como los de tu mamá recién nacida.
20 de septiembre de 2020. “Qué bueno que viniste”, escribí. Y añadí: “Y entonces sucedió el milagro de la sangre y la alegría, unidas en el universo de una nueva vida”.
Dos años han pasado desde aquella fecha. Si la alegría tomara forma humana, podríamos decir que tú eres la alegría hecha persona. “¿Quién es el niño alegre de la casa?”, pregunta cualquiera de nosotros, y tú, a quien todavía se le enredan las letras en la boca, levantas la mano para decir “yo”, y tu sonrisa se riega por los aires y se eleva hasta el cielo.
Poco a poco, palmo a palmo, corazón a corazón, día tras día han venido creciendo tu figura y tus gestos graciosos y tu manera de ver el mundo, que fuiste descubriendo con gateos y con brazadas y con risas. Te nos fuiste metiendo más y más en los laberintos de la existencia, hasta el punto de que ya no se concibe la vida sin tu presencia.
Nos ha tocado acudir al diccionario de los ángeles para descifrar ciertas palabras de sonidos raros, de sílabas imprecisas, de letras esquivas, de murmullos de cielo. Palabras que dices más con el corazón que con los labios, más con la mirada que con letras.
Cuando cumpliste el primer año, esa primera velita encendida significó la fe que nos motiva a todos quienes estamos a tu alrededor. Hoy son dos velitas para darle gracias a Dios por la generosidad con que nos ofreció tu maravillosa presencia en la familia.
Cuando gateaste, hubo reunión de familia para extremar las medidas de seguridad en el corredor de la casa, y al empezar a dar los primeros pasos, el Consejo de Seguridad sesionó en forma continua. Tu paso era como un huracán de las Antillas: floreros rotos, mesas volteadas, portarretratos patarriabeados, cristales multiplicados en pedacitos, todo un desastre, pero era un feliz desastre. Con el primer diente mejoró tu sonrisa, y en el baño hubo necesidad de otro cepillo de dientes y otra crema. Y las huellas del diente quedaron en el pezón materno y en la arepa del desayuno.
Dos años. Para dar gracias a Dios por tanta generosidad, tanta ternura y tanta bellezura. Dos años contigo, Lucca, es la mejor prueba de que la vida es maravillosa.
gusgomar@hotmail.com
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