Ciudad es aprender a imaginar los escenarios habitables del futuro, nutrirlos de creatividad y centrar en el civismo la validación del patrimonio social, ambiental y cultural que se reúne en torno a una ilusión común.

Es organizar los circuitos comunitarios, leer en los símbolos patrios las palabras que siembren esperanza en el desarrollo, para ajustarlos a cada eje de renovación y emprender un trabajo de equipo basado en la solidaridad.

Es homogeneizar los sueños, optimizar las relaciones, los espacios verdes, congregar a las personas con expectativas y fomentar cualquier actividad noble que, por pequeña que sea, no deja de ser semilla de progreso.

Es afrontar los problemas con soluciones aprendidas de las experiencias locales, o vecinas, para elaborar un esquema comparativo, desde el cual se nutran los acontecimientos con la sabiduría popular.

Es superar los límites del egoísmo y abrirse al anhelo bondadoso que brota de la conversación familiar y se abre a la optimización de las virtudes que nacen de la vida en armonía.

Es plantear hipótesis que hagan de la comunidad un buen espejo de los reflejos sociales, en el sentido de vivir –con valor y prudencia- la complicada simultaneidad del mundo contemporáneo.

Es enseñar primordialmente con ejemplos, como el del recíproco protagonismo del ciudadano con su barrio y el de la comuna con la urbe, en una serie de iniciativas aptas para una evolución juiciosa.