Latinoamérica es la región del mundo que da esperanzas por buenos avances y después hace retrocesos increíbles, lo cual parece un sino trágico de los países en esta parte del mundo.
El último ejemplo es Perú con la llegada a la presidencia del maestro sindicalista, declarado marxista, Pedro Castillo, que parece iniciar el camino de Venezuela, cuando ya dijo que iba a cambiar la Constitución peruana. Perú en las últimas décadas se había vuelto un país interesante para la inversión extranjera, pues mostraba claros avances en infraestructura y buen ambiente de negocios, además de la calidad urbanística de una ciudad como Lima, hoy referente gastronómico mundial.
Como ejemplo del cambio del Perú, contaré una muy diciente de experiencia personal. Fui por primera vez a Lima en 2010 en un viaje relámpago. Una mañana tuve una reunión de trabajo para definir una consultoría que incluía una empresa de Lima. Entre de las conclusiones de la reunión salió que debía viajar en horas de la noche a Lima para una reunión en dicha empresa a las 9 de la mañana. Llame a algunos familiares que conocían la Lima del siglo XX, para averiguar sobre la ciudad y la imagen que me dieron fue de una ciudad de bajo desarrollo y sin mucho atractivo, donde incluso “muchas casas no tienen techo”. Resignado me fui para Lima y mi gran sorpresa fue encontrar una capital pujante, bonita, con buena planeación urbana, semaforización inteligente y tremenda estructura hotelera y gastronómica, muy lejos de la negra imagen que me dieron. Además segura, pues fui en la noche al centro de Lima, el Cercado, a conocer la arquitectura colonial y era una zona bien iluminada, con buen manejo policial y servicios disponibles. Alguna vez le conté esta anécdota a un peruano y él me respondió, “si, así era, pero un alcalde la logró convertir en la ciudad que es hoy”. Si avanzaba Lima, avanzaba Perú, y eso era lo que se veía.
Ese fue el inicio de mi larga relación con Perú, que me llevó a conocer las provincias de Ica y el Callao, y las ciudades de Puno, Cuzco y Arequipa. Me impresionó la relación estado-sector privado para lograr importantes inversiones en infraestructura, que comparando con Colombia donde llevábamos dos décadas pensando en las regasificadoras de gas natural de Cartagena y Buenaventura, me pareció que tenían un modelo de desarrollo de infraestructura mucho más sólido. Hablando con la gente común, indígenas incluidos, me impresionó también su aceptación de la inversión extranjera, incluido el turismo, y el no uso del lenguaje “étnico”. Claro se notaban problemas del estado como la atomización de distritos “independientes”, por ejemplo, los 42 distritos del gran Lima y la no existencia de una policía nacional, sino local, donde cada policía era propietario de su arma y en días de “franco” vendía su servicio de seguridad al mejor postor, o los “sindicatos” de trabajadores de la construcción, variante de las uniones mafiosas de los Estados Unidos de los años 30 del siglo XX, en la época de Al Capone. Esas grietas mostraban debilidad estatal, pero eran solo la manifestación del cáncer que crecía en la estructura política peruana. Cuatro presidentes en cinco años fue la última señal que algo iba muy mal en el tejido político peruano.
Y ahora Perú inicia su retroceso que no se sabe dónde lo llevará, siendo el primer interrogante si la “nueva Constitución” no va a abrir la puerta a las presidencias en serie como pasó en Venezuela, mientras se castiga la débil institucionalidad democrática que aún queda.
Quienes sentimos al Perú como país hermano de Colombia, esperamos, solo con fe pues la razón dicta otra cosa, que el maestro sindicalista de Perú no lleve a su país por el sendero de la venezolanización, país hermano que también nos dolió perder. Ojalá, Colombia, entienda estas señales y no decida dar el salto al vacío que ahora inicia el Perú.