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De cucos amarillos y verdes
En Las Mercedes había dos turcos, vendedores de telas.
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Martes, 3 de Enero de 2023

Por andar en otros corre-corre de fin de año, me cogió tarde para ir a la tienda de ropas a comprar mis calzoncillos amarillos de la media noche, como es mi costumbre desde hace mucho tiempo. Todo empezó cuando, siendo yo apenas un sardino que comenzaba a cambiar de voz, apareció en el pueblo un turco, vendedor de ropas, puerta a puerta. Era un diciembre, y su principal producto eran los calzoncillos amarillos para los hombres, y cucos amarillos para las mujeres. “Son los de la buena suerte para comenzar el nuevo año”- decía el turco Arana, en un castellano jeringonzudo.  “El amarriyo atrae riquezas”, remataba.

En Las Mercedes había dos turcos, vendedores de telas, buenas gentes, dicharacheros, que se amañaron, y allá echaron raíces: José Jaimeth y Naím Arana.  

-A los turcos hay que creerles la mitad de lo que dicen –me aseguró mi nono Cleto Ardila, cuando me vio entusiasmado con ganas de comprarle mis primeros calzoncillos amarillos.

Los compré y me fue bien. La noche del 31, a la media noche, mientras en la plaza quemaban el “añoviejo”, yo conseguía mi primera novia. Efecto de mis calzoncillos amarillos, no cabía duda.  Desde entonces, no pelo 31 de diciembre sin mis interiores amarillos.

Pero esta vez me cogió la tarde y ya se habían agotado las prendas amarillas. Cuando la vendedora vio mi angustia, me dio dos alternativas: “Compre unos blancos y los manda a teñir de amarillo en una tintorería”. El consejo era razonable, pero ya no había tiempo de tintes. Entonces me picó el ojo y me dio la segunda opción: “Compre unos cucos amarillos  de mujer y se los pone como si fueran calzoncillos”. La miré no sé si con rabia o con desilusión.

-¿Tengo pinta de…? –le pregunté.

-No, pero de todo hay en la viña del Señor. Además, le soluciona su problema de la suerte.

-Mejor calvo que con trenzas- le dije, recordando al escritor Serafín Bautista, que tiene más refranes que Sancho Panza. Me negué, como varón que soy, a recibir el año ataviado con una prenda femenina. Además ¿qué explicación le daría a mi mujer cuando me viera en calzones femeninos? ¿Se imaginan ustedes la trifulca?

Opté entonces por una tercera opción. Sabido es que el verde es el color de la esperanza, por lo que compré calzoncillos verdes, a semejanza de una amiga que tiene todo verde: los chiros, los zapatos y hasta las paredes de su cuarto. Y dice que le va muy bien.    

Sin embargo, no me atuve sólo al verde, y acudí a otros rituales, como el baño de ruda, que acostumbran algunos. Todos los años, el 1 de enero, doña Lola empaca a sus dos hijos en una buseta intermunicipal y se los lleva a Cornejo a lavarles en el río las malas influencias del año anterior, y luego los purifica con zumo de ruda. Recordé ese ritual y en un balde en mi casa me preparé mi agua liberadora. No me he bañado, como aconseja doña Lola, estos días, para no cortar las buenas energías de la yerba bendita.

A la media noche del 31, yo tenía mis bolsillos llenos de lentejas, por la virtud que tienen de atraer riqueza, contante y sonante, y, a pesar de mi diabetes y las advertencias médicas, me zampe las doce uvas, un deseo con cada uva para cada mes del año que estaba comenzando.

Como pueden ver, no me atuve sólo al verde de mis calzoncillos, ni a las virtudes del  “verde que te quero verde”, de  Federico García Lorca.  

gusgomar@hotmail.com

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