El tema de la revocatoria a la actual administración municipal ha propiciado un debate en la sociedad cucuteña que ha estado en mora de darse: ¿cuál es el modelo de ciudad que queremos, y en consecuencia, cuál debe ser el perfil de la dirigencia política local?
En discusiones con amigos, otros columnistas de otras regiones y empresarios locales (Álvaro López de Bioenergas, por ejemplo), consideramos que esta revocatoria, que muy seguramente será un fracaso para los impulsores de ella, no se debe desperdiciar y se debe en cambio convertir en una convocatoria social amplia para discutir la ciudad que queremos.
Algunas precisiones son importantes. Primero, para muchos es claro que el debate político de fondo de la revocatoria es por el poder local en manos de una administración independiente, aunque inexperta, y una clase “empresarial de la política”. Es la clase política que ha gobernado por muchos años lo regional y lo local (no solo es el ramirismo, es un asunto más viejo) la que nos ha llevado a la “desaparición” de Cúcuta como ciudad importante en el panorama nacional, relegándonos a la condición de "zona de conflicto” y de “región para ayuda humanitaria”. Segundo, no se defiende per se la administración del ingeniero Yáñez que ha quedado debiendo a la esperanza que despertó su triunfo solitario. Lo que se defiende es el concepto que creó la victoria de Jairo Yañez: que no estamos condenados a vivir de los profesionales de la política, aunque tampoco debemos caer en la inocentada de creer en “ángeles” apolíticos.
La palabra desarrollo hace mucho salió del léxico local. Por eso el tema va más allá: ¿el cambio es de personas o es de visión de ciudad? Desde ya lo que se propone es un debate abierto liderado por líderes gremiales, la academia y organizaciones de la sociedad civil (no las organizaciones sociales de corte socialistoide) que busque definir un programa de gobierno que tenga posibilidades reales de sacarnos del desarrollo económico ralentizado frente a otras regiones que llevamos por décadas; una vez construido éste programa de creación colectiva hay que buscar la persona que tenga las capacidades de sacarlo adelante, con el costo personal que ello implica. No jugarle más a candidatos con “programas” de gobierno tipo lista de mercado. Como decía Álvaro Gómez, pongámonos de acuerdo en lo fundamental: estado semicolectivista o iniciativa privada, entrega al centralismo o búsqueda de descentralización, manejo fronterizo en lo que nos competa y afecte, vocación de ciudad, atomización (municipio de Atalaya) o metropolitanización real, definición de las amenazas de seguridad y como enfrentarlas, relación transporte-usos del suelo, motores sostenibles de equidad, política ambiental, finanzas públicas y formas de participación privada, proyectos e institucionalidad requeridas, política “exterior” desde lo regional y un largo etcétera. Dos años no es mucho tiempo. Primero el mármol, después el escultor (genérico).
Hay que destrozar paradigmas. En el mundo actual las ciudades, y más aún las metropolitanas, son el motor de cambio nacional; es desde la ciudad desde donde se debe plantear el desarrollo y no desde un gobierno central. Ello implica entender que un programa de gobierno no consiste en preparar proyectos para llevar al gobierno central para que nos los hagan, sino entender que la ciudad debe estructurar sus proyectos y “venderlos” en la búsqueda de inversión privada, escasa y difícil de atraer, pero con más posibilidades de lograr algo como no sean las incontables promesas fallidas de gobierno tras gobierno nacional. Las Alianzas Público-Privadas son un método probado. Hay que entender que la planificación urbana no se pude limitar a sueños de arquitectos y elaboración de POTs estáticos, sino entrar de lleno en la aplicación de la ciencia de ciudades donde lo metropolitano se hace central. Las administraciones locales le deben cumplir a la ciudadanía, no a la burocracia nacional.
Un adagio dice “cuando el alumno esté listo, aparecerá el maestro”. No a la revocatoria, sí a la convocatoria.
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