Algunos hechos recientes nos llevan a concluir, con gran pesar y preocupación, que la democracia no tiene segura su vigencia en ningún país del mundo; que los ataques contra sus instituciones y contra el Derecho en ellas inspirado no han desaparecido, y que las asechanzas -ocultas o públicas- de sus enemigos continúan. Los demócratas tenemos la obligación de seguir en el empeño de corregir sus fallas y equivocaciones, con el objeto de resguardar el que Winston Churchill catalogara como el menos malo de los sistemas de gobierno.
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- En Washington, hace dos años -el 6 de enero de 2021- un grupo de terroristas partidarios del expresidente Donald Trump irrumpió con violencia en el capitolio -la sede del Congreso de los Estados Unidos-, alegando a gritos desconocer y rechazar los resultados de las elecciones en que resultó triunfante el actual presidente Joe Biden.
Antecedente: desde cuando fueron divulgadas las cifras de la votación, en noviembre de 2020, Trump se negó a reconocer su derrota y anunció acciones legales, afirmando estar convencido de su victoria y asegurado que los comicios eran inválidos y que, por tanto, el proceso correspondiente estaba muy lejos de terminar.
- El 7 de diciembre de 2022 la policía alemana detuvo a 25 personas, en su mayor parte pertenecientes a una organización de ultraderecha que de tiempo atrás conspira, con el propósito de derrocar al gobierno y formar uno nuevo. Según las autoridades, se trata de una asociación extremista denominada “Reichsbürger” (Ciudadanos del Reich), que rechaza la República Federal de Alemania y desconoce por completo todo su ordenamiento jurídico, comenzando por la Constitución vigente. Los violentos quisieron ingresar por la fuerza en el Bundestag, la cámara baja del Parlamento, con la finalidad de dar un golpe armado, asaltar las actuales instituciones, abolir la organización republicana y restaurar el imperio alemán abolido en 1918.
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- El miércoles 7 de diciembre, horas antes de que la rama legislativa del Perú debatiera, sin cumplir los requisitos constitucionales, una moción orientada a destituir al presidente Pedro Castillo, éste anunció su decisión de disolver -también inconstitucionalmente- el Congreso, para convocar a nuevas elecciones. Horas después, el pleno del Congreso, sin un debido trámite procesal, resolvió destituirlo y dar posesión a la vicepresidenta Dilma Boluarte. Lo que ha seguido no ha sido nada diferente del caos, con destrucción y muerte. La democracia desapareció.
El pasado domingo en Brasilia, en un evento similar al de Washington, numerosos partidarios del expresidente Jair Bolsonaro invadieron el Congreso, el Tribunal Supremo y el palacio presidencial de Planalto -sedes del poder público-, causando pánico y destrozos, para reclamar una intervención militar que derrocara al recién posesionado presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Dos semanas antes de la segunda vuelta, Bolsonaro -como, en su momento, Trump- proclamó su desconfianza en el sistema electoral, y denunció, sin pruebas, que le iban a robar las elecciones. Después, ya derrotado, salió del país y no estuvo presente en la transmisión de mando a Lula Da Silva, como ha debido ocurrir.
La democracia sigue siendo atacada por las extremas de todos los signos y orientaciones. Debemos defenderla de ellas, siempre dispuestas a su descrédito y destrucción.
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