Aunque me rueguen, no me gustaría ser el próximo presidente de Colombia, porque considero que el escogido será un mártir digno de elevar a los altares o un rebelde con causa que tendrá que enfrentarse a sus antecesores, especialmente al “milagroso’’, el presidente Álvaro Uribe, quien solo tiene una meta en la cabeza: regresar al poder y seguir mandando, así sea por interpuesta persona.
Sea quien sea el favorecido por las urnas, especialmente si se trata del escogido por Uribe Vélez, al frente habrá una serie de dificultades que le sacarán canas y le acabarán la paciencia. Será necesaria la tolerancia del santo Job para aguantar la arremetida de la extrema derecha, del centro y de la inepta izquierda, que tratarán de hacerle la vida imposible al inquilino del Palacio de Nariño, como acaba de ocurrir en el Perú donde el mandatario PPK no aguantó más y tiró la toalla.
Las herencias del presidente Santos, cuyo principal pecado fue no saberse rodear de gente leal y capaz y suministrarle oxígeno “o mermelada’’, a unos políticos que como algunas mujeres, sólo tenían el interés de aprovecharse del desespero del mandatario, quien a pesar de haber sido ministro varias veces no era muy ducho en el manejo del clientelismo y de las trapisondas parlamentarias. Fue como soltar una oveja en una manada de lobos. Le hicieron falta los consejos de verdaderos amigos.
Si algún pecado mortal cometió Santos fue pelear con su examigo y exjefe Uribe, quien, como buen zorro que es, descubrió muy rápido las debilidades del mandatario, lo atacó con la furia de los depredadores y como si se tratara de una fiera, se lo comió sin sacudirlo. Fue pelea de tigre y burro amarrado.
Otro error de Santos, que seguramente no ocurrirá a su sucesor, fueron los malos nombramientos. En primer lugar, unos vicepresidentes que se convirtieron en sus enemigos y rivales. Luego, dos ministras lesbianas que vivían juntas, en un país beato y pacato. Y, para completar, unos parlamentarios que vieron la oportunidad de aprovecharse de un mandatario necesitado de respaldo y poco hábil en el manejo de las intrigas burocráticas. Quien para agravar las cosas, nunca fue parlamentario y ni tan siquiera concejal, para aprender que dos y dos no son cuatro sino tres o cinco.
Al paso que vamos, a Colombia lo espera una hegemonía similar a la que estableció Rafael Núñez, el único presidente vitalicio por ley de la República y quien entraba y salía de la Presidencia como si fuera su casa. A sus sucesores los eligió a dedo y, si hubiera sido inmortal, todavía lo tendríamos en el Palacio. Por coincidencia, Núñez y Uribe fueron liberales, se volvieron conservadores y se atornillaron en el poder. Ambos manejaron el país a su antojo. ¿Ocurrirá ahora lo mismo?
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