“Toda la obra de la educación no es más que una superación ética de los instintos”. Gregorio Marañón.
La alharaca con las construcciones para la educación no es más que populismo y demagogia. Se trata de la educación en el verdadero sentido de la palabra. La educación de la que se deriva lo mejor, como lo demostró el rey Salomón quien no le pidió a Yahvé riquezas, ni bienes, ni gloria, ni la cabeza de los que le odiaban, ni longevidad, sino sabiduría y conocimiento. Y el Señor le concedió lo pedido, sabiduría y conocimiento, y le añadió riquezas y bienes y gloria, tales como no las tuvieron ninguno de los reyes anteriores ni las tendrá nadie en adelante.
El Libertador lo comprendió desde el principio y así lo expresó en el Congreso de Angostura: “La educación popular – dijo - debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del congreso. Moral y luces son los polos de una república. Moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Y recalcó: “Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción…”
El propósito de los docentes debe ser el de formar un colombiano ejemplar. No un genio, pero sí alguien despierto; no solo una persona buena sino justa; no un gentleman, pero si alguien aseado y digno; no un santo, pero nunca un tramposo; no un moralista, pero sí un individuo correcto; no un melindroso, pero sí alguien de trato considerado; no un fundamentalista ambientalista, pero sí un normal cuidador de la naturaleza. Con todo, el mejor curso de educación es el ejemplo. Por supuesto, el buen ejemplo. Sé que en algún pueblo nuestro los alumnos veían a cierto maestro borracho los sábados y domingos, envalentonado desafiando a la policía cuchilla en mano durante el día y al atardecer ya tendido en los andenes, engrudado como un puerco; el lunes siguiente se presentaba a dictar clases sin sonrojo alguno. Tal vez los muchachos aprenderían de él a sumar y restar, pero no civismo. La educación no consiste en saber matemáticas sino en obrar con ética en todos los comportamientos. Los políticos, es claro, no tienen ninguna ética.
Por falta de esa verdadera educación el actual gobierno se burló del pueblo al presentarle un libro mediano de 130 páginas, en letra pequeñita, para que lo leyera en pocos días y lo aprobara en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Considérese que, si la mayoría del pueblo ni lo leyó, ni lo entendió, ¿cómo lo iban a poner en esa disyuntiva? A la señora que nos plancha la ropa en casa, por ejemplo, ¿cómo le iban a preguntar si aprobaba o no, con el único argumento de que el Si era la paz y el No era la guerra? ¡Tal vez nunca en Colombia la clase política se ha aprovechado tan descaradamente de la ignorancia del pueblo!
Si éste se hallara bien instruido, o siquiera gozara de sentido común, ni sería analfabeta – es analfabeta también el que sabe leer, pero nada comprende -, ni sería irracional.
José Eusebio Caro, el único genio que han engendrado nuestras breñas nortesantandereanas, atribuía los desastres de la nación “al detestable sistema de educación”.
Admirables son los megacolegios, los inmensos campus, las aulas y salones con las más avanzadas técnicas, las becas a granel, y las matrículas y transportes escolares gratuitos, pero lo que más importa es imprimirles al niño y al joven en su conciencia, en su alma y en su intelecto, una verdadera educación.
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