Es cierto que Colombia ha estado marcada por la violencia en varias de las etapas de su historia. Violencia de los conquistadores españoles contra la población indígena asentada en el territorio. Violencia en etapa de la colonia. Violencia de los latifundistas para apoderarse de la tierra e imponerles a los campesinos la pobreza. Violencia atizada con el sectarismo partidista en la disputa por el poder.
Violencia de marca guerrillera contra el establecimiento. Violencia del Estado a través de sus Fuerzas Armadas y de la Policía. Violencia del narcotráfico y el paramilitarismo. Y, además, la de la delincuencia común. Todas han causado víctimas y destrozos considerables en vidas y bienes. También un resentimiento por tanta agresión recurrente, sin reparación suficiente. Es una herida de difícil sanación.
Esa situación que se hizo crónica debe tener final y esto impone un ejercicio continuo de convivencia y reconciliación, con la sentencia de no repetición de las atrocidades ya cometidas. Hay que salir para siempre de ese destino de escalamiento de fuerzas enemigas o de las confrontaciones cíclicas.
Una de las secuelas de esa repetida agresividad es la intolerancia predominante contrariando La discusión como hábito civilizado de la razón. Y de la intolerancia se ha pasado al odio, con lo cual se cae en la postración de las ideas.
Es alarmante ver a candidatos a la Presidencia dedicados a fabricar infundios contra su contendor con el ánimo de destruirlo. Es un odio pasional condimentado con mentiras y con cinismo de mezquindad aberrante. No tiene justificación andar en esos desatinos cuando el país acumula problemas que reclaman atención y tratamiento de solución. Creer que con entrampamientos, narrativas calumniosas, tramas sucias y versiones para generar pánico, se puede ganar una elección, es equivocado y eso está demostrado en estos últimos días. La guerra sucia declarada al Pacto Histórico, no cuajó y en cambio sus promotores perdieron fuerza entre los ciudadanos que no tragan entero y saben dónde hay engaño.
El coco del castrochavismo, o de la conversión de Colombia en la Venezuela del socialismo siglo XXI, está mandado a recoger, porque ya no tiene clientela. Languideció ese fantasma, como la sentencia de Duque que puso a Maduro por fuera del poder en pocos minutos, hace más de dos años. Toda esa tramoya no les funciona. Les llegó el final, a pesar de todo lo que han hecho para construir hegemonía, pero sin atender las adversidades que se padecen día tras día.
El discurso de odio del candidato Fico se ha vuelto contra él, a pesar de su publicidad zalamera. Se le descubre la falta de seriedad y su miopía en la visión de país. Sus propuestas son lugares comunes y no iniciativas de un estadista. Además, por haber sido alcalde de Medellín no tiene ganados méritos que cuentan para la jefatura del Estado.
El discurso del odio no puede dar réditos ni acreditar a nadie para la Presidencia.
Puntada
A sus 90 años Fernando Botero es un artista de prestigio universal, por su obra, por su vida, por esa capacidad creadora demostrada a plenitud. Regocija tenerlo vivo, todavía con lucidez y comprensión del mundo con todo lo que es. Una existencia como la suya engrandece a Colombia.
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