En pasadas columnas explique porque la inflación en Estados Unidos, país con un gravísimo endeudamiento que Biden quiere aumentar, está siendo impulsada en una parte importante por el flujo de subsidios que se aumentaron masivamente en la pandemia.
Esto es producto de pensamiento lineal, que al imponer medidas de “favorecimiento social” sin entender que siendo la economía un sistema complejo, que hasta ahora empezamos a modelarla como tal, conlleva a graves efectos “inesperados”. Aunque no son inesperados, sino el resultado de la mezcla de ideologización y mediocridad tecnocrática.
Eso se aplica también a todos los países de economía de mercado afectados por la ideologización izquierdizante de “mantener” al pobre, justificándolo en principios de equidad, sin importar y sin saber los efectos de esas medidas. Si esos recursos regalados se hubieran reorientado a impulsar el desarrollo económico, claro, con una legislación acorde, no habría que mantener pobres, ellos con su trabajo saldrían de la pobreza en medio de una economía sana.
La razón inflacionaria de fondo es una irrigación de dinero en la economía sin una base económica sostenible que la explique: solo es dinero regalado para gasto básico, que es claramente insostenible. Los precios cambian por la ley de oferta y demanda; la inflación es producto del encarecimiento de los bienes y servicios resultantes de esas interacciones. El dinero es solo un elemento intermediario utilizado para intercambiar bienes y servicios heterogéneos. Con todo lo demás estable, la aparición de dinero que no responde a un crecimiento económico que afecte otras variables como el producto bruto, la balanza comercial, el aumento del empleo, entre otras, sino simplemente a un “regalo”, hace que “parezca” haber abundancia de dinero (una sobredemanda) en el mercado y eso impulsa a subir los precios de bienes y servicios. En ese momento, se requiere más dinero para comprar un producto que antes, lo que lo “deprecia”: eso se llama inflación. La economía no entiende de “medidas sociales” y reacciona a la aparición de más dinero en la calle del que puede producir la economía.
Y aplicando el principio de al caído, caerle, los tecnócratas del estado utilizaron mecánicamente la fórmula monetaria de subir las tasas de interés y encarecer el crédito, y, por ende, la inversión. Las tasas de interés tratan de reducir circulante en el mercado, buscando nivelar la inflación. Es una medida para frenar economías “recalentadas” por su acelerado crecimiento, nunca se ha aplicado a una economía apenas arrancando y nadie sabe eso que pueda causar.
A la subida de la inflación le sumaron ahora menos desarrollo económico, la pinza mortal para un país en grave riesgo populista de izquierda. La visión equitativa neutra, la que no busca la equidad sostenible sino solo la equidad de corto plazo, adoptada por muchos democracias liberales, está causando estragos económicos y políticos. Es la famosa receta de “pan para hoy, hambre para mañana”. Medidas como estas harán que se multipliquen los pobres y se reduzcan sus posibilidades de valerse por sí mismos, lo que llevará a que el estado “profundice” su política “social” de regalar plata, así ello vaya contra el desarrollo económico, impulsando a su vez una política fiscal “antirricos”. La espiral suicida siempre se rompe impulsando liderazgos autocráticos.
Entre los nuevos ideólogos sociales y los tecnócratas de la vieja economía anclados en el estado, las economías liberales se debilitan cada vez más, pues se salieron de sus raíces y ahora patinan en un mundo de pensamiento lineal ideologizado (la suma de prejuicios y mediocridad) que hace que cada medida que tomen para reorientar el país tenga efectos cada vez más graves sobre éste.
¿No saldrá ningún candidato presidencial que abandone este camino y vuelva a las raíces del desarrollo económico y la democracia liberal? Y no puede ser un economista de la vieja escuela e ideologizado, el que pueda prometerlo.