A pesar de sus biógrafos, como lo son Leopoldo Villar y Malcolm Deas, rigurosos y acertados en la narración de la vida de Virgilio Barco, este colombiano tan relevante en sus actos de servidor público, no ha alcanzado toda la visibilidad que le corresponde. Su legado es superior a lo que de él se conoce.
Con respecto a Barco los colombianos deben estar mejor informados, saber que hizo o que representa ese conjunto de acciones que dejaron beneficios generalizados a comunidades con déficit de satisfacciones. Es una forma de medir la verdad en la gestión de los servidores públicos.
Barco no fue un ególatra, ni admitió maquillajes para descrestar a los que tragan entero. Dependía de lo que hacía y por eso se esforzaba en hacerlo con calidad. Lo que buscaba no eran aplausos de la galería, ni de los propagandistas de oficiosa zalamería.
Ahora que se cumplen cien años del nacimiento de Virgilio Barco hay que volver al repaso de su legado, a fin de apreciarlo en lo que es y como referente de utilidad común. Eso permite también aprender a distinguir entre lo positivo y lo precario de la gestión de los gobernantes.
El legado de Virgilio Barco está tejido de hechos que se consolidaron para beneficiar a sectores desatendidos. Buscó siempre solucionar problemas. Entendía que la destinación de los recursos públicos tenía que partir de justificación. Eran las obras para atender servicios, o abrirle espacios a la enseñanza o la salud. Se trataba de crear condiciones para la producción agropecuaria, tomando en cuenta a los campesinos reducidos a la pobreza por la voracidad de terratenientes aferrados al abuso.
Barco entendía la política no como un negocio restringido a unos cuantos sino como una función en que predominara el interés común. Su liberalismo tomaba en cuenta la vida y ponía la economía como motor de desarrollo social, en términos de equidad y de protección sin que mediaran privilegios de clase. Eso implicaba sustraerse de componendas que llevan a la politiquería y a la negación de principios democráticos.
Defendía también Barco la autonomía de las regiones y la soberanía popular en las decisiones de alcance colectivo. No compartía las estrecheces utilizadas para confabulaciones de grupos con intereses contrarios a los derechos sociales de cobertura para todos.
A Barco hay que abonarle lo que hizo por Norte Santander. Su querencia no era de ficción sino de compromiso activo.
Pero, en fin, la vida de Barco es un legado diáfano de comprensión, de honradez, de respeto a los valores que dignifican la existencia humana
Convertir el legado de Barco en un activo regional es un aporte valioso al desarrollo político nacional.
No hay duda que la gestión de Barco como Presidente le aportó a Colombia fortalecimiento democrático.
Puntada
Hay que ponerle al Gran Santander dinámica suficiente para que no sea apariencia sino motor de realizaciones efectivas.