Con el fin de descansar un poco del creciente riesgo país que hoy existe, y que va a durar al menos hasta elecciones, es bueno mirar otros temas más locales, así no sean los más agudos.
Una de las características más notables, por lo absurdo, de los colombianos, es una variable que jamás se tiene en cuenta, y que en el mundo natural y en el mundo desarrollado es central: el tiempo. El tiempo regenta el sistema de transporte público en todas las ciudades del mundo industrializado; el tiempo orienta las políticas de estado y corporativas del mundo. La realidad de hoy, y los escenarios futuros, definen las decisiones dirigenciales, no el pasado, el cual solo se usa como referente.
Cúcuta, en algunas cosas, se ancló al pasado. Releyendo el estudio del proyecto Cínera de Hidrotec de 1972, es interesante ver hoy, su justificación de ayer. Lo primero es que se consideraba primordial la generación eléctrica dado que la del momento (años 70) se basaba en las turbogases de Tibú y Zulia (Aguaclara), tres unidades diésel en Cúcuta y una micropresa llamada El Hoyo. El departamento aún no hacia parte del Sistema Integrado Nacional de Energía Eléctrica, (SIN), por lo que todavía se podía considerar un sistema aislado débil ante el crecimiento de la demanda. Sería como el sistema de gas natural Cúcuta hoy, aunque mejor, porque la interconexión eléctrica ya estaba en camino y la de gas natural se aleja cada vez más.
Como en 1972 no se avizoraba la expansión de generación eléctrica con gas natural, todos los desarrollos eran hidroeléctricos. En generación desde el Norte de Santander se consideró un proyecto de 250 megavatios sobre el río Catatumbo, y se reconoció el potencial térmico del carbón. Hoy el complejo carboeléctrico de Termotasajero genera energía que no vende en la región por su baja demanda. Si a la crónica crisis económica sumamos que el crecimiento poblacional del área metropolitana se está ralentizando, y solo crece por la diáspora, la demanda seguirá afectada. El proyecto Cínera sobre el río Zulia, con posibilidades de desvío del río Peralonso para aumentar la capacidad de generación, surgió como alternativa ante el “desconocimiento” de ese río extraño llamado Catatumbo. Todos estos proyectos eran estatales, pero en 1994 todo eso cambió con las leyes 142 y 143 que daban paso a las inversiones privadas en servicios públicos. Hoy las hidroeléctricas no son asuntos de decisión política sino de decisión empresarial.
En cincuenta años los daños producidos a las fuentes fluviales, Táchira, Pamplonita y El Zulia, hacen que sus condiciones hidráulicas estén muy afectadas, reduciendo las posibilidades de su explotación de manera crítica. Alberto Estrada Vega, qué si sabía de energía eléctrica regional, me comentó una vez que un estudio posterior en unas décadas mostraba un aumento apreciable en la sedimentación del río Zulia que amenazaba una rápida colmatación de la presa. Se buscaba que el embalse fuera de uso múltiple: almacenamiento de agua cruda como fuente del acueducto, que hoy, con la existencia del acueducto del Zulia y su conexión con el sistema Pamplonita sería innecesario; control de crecientes en El Zulia y regulación del río para riego; y finalmente, servir de atracción turística, para lo cual lo primero necesitamos garantizar seguridad, hoy perdida. En esa época el calentamiento global era solo tema de académicos especializados, y el agua era un recurso cuasi infinito. Hoy, 2021, no 1972, el agua es un recurso estratégico, que como estamos viendo, afecta en la construcción de hidroeléctricas.
El gran proyecto actual debe ser recuperar los sistemas fluviales del área metropolitana de Cúcuta y crear un verdadero sistema de acueducto, alcantarillado y plantas de tratamiento de aguas residuales metropolitano, desde la visión de cuenca. Debemos recuperar nuestros ríos, en vez de mirar su “aprovechamiento”. El proyecto Cínera era una buena idea en 1972, y una empresa imposible en 2021, pero se quedó en el imaginario cucuteño.