Amables Lectores: Dada la importancia que tiene para cualquier empresa pública o privada contar con el servicio de un gerente honrado, talentoso y con suficientes conocimientos técnicos, propios para el cargo a desempeñar, es apenas natural que los colombianos deseemos que el presidente de este país sea un verdadero gerente, un líder de conducta intachable, capaz de enderezar el timón de un barco que parece haber perdido el Norte por causa de un capitán ególatra, indiferente e ignorante. El nuevo capitán tendrá que hacer grandes virajes, tanto a babor como a estribor para reencontrar el rumbo y de allí la importancia de su formación profesional.
Hace varias décadas, Colombia alcanzó a ser una despensa agrícola en los países andinos, vocación que se ha menguado porque se introdujo en la conciencia del campesino la producción rentable con plantíos de coca, marihuana y amapola. Las nuevas políticas agropecuarias deben direccionarse a fortalecer el uso adecuado de los suelos, a capacitar y apoyar a la juventud de las áreas rurales, creando cooperativas para convertirlos en empresarios agrícolas que motiven su permanencia en la parcela y así evitar el envejecimiento de la fuerza laboral campesina. Para lograrlo es indispensable contar con vías terciarias que garanticen el transporte de las cosechas directamente a los centros de consumo dando así al productor un mayor dividendo.
Las políticas minifundistas, han fracasado en años anteriores. Son propuestas populistas que perpetúan la pobreza. Sin una verdadera inversión agroindustrial ningún proyecto dará fruto en el campo. En cuanto a la educación y a la salud, estas dos políticas públicas requieren de un profundo proceso de reingeniería porque en ambas se ha sacrificado la calidad del servicio, en favor de una mayor cobertura. Deben aumentarse el número de profesionales en estas áreas con una adecuada preparación y óptima capacidad de servicio. Se deben estimular con una mejor remuneración y más si se trata de atender áreas rurales.
Hasta la fecha no existen políticas públicas claras en lo pertinente a las relaciones exteriores con países vecinos como Venezuela y Nicaragua, con quienes tenemos diferendos limítrofes. Tampoco hay política pública definida para la atención de migrantes venezolanos. Es doloroso el espectáculo de mendicidad en las calles de ésta deprimida frontera, sin ver apoyo alguno por parte de autoridades municipales ni departamentales.
Para combatir el narcotráfico, no solo son necesarias políticas públicas para la persecución y penalización de los narcotraficantes sino también de educación, prevención y tratamiento del consumidor.
Quizás el reto más grande que enfrentará el nuevo presidente de Colombia será una verdadera y profunda reforma a la justicia. Es imperativo recobrar la institucionalidad y empoderamiento de las fuerzas militares y de policía, para evitar carteles, como “El de la toga”, que suceden por falta de investigación oportuna. Se debe recuperar la percepción de seguridad y viabilidad y perseguir de manera eficiente a las múltiples bandas criminales.