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El simulacro
Los simulacros de nada le han valido a la Policía, las guerrillas los cogen a plomo cada vez que se les antoja.
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Lunes, 3 de Agosto de 2015

En  el tiempo en que me ocurrió aquello, apenas merodeaba y amenazaba al corregimiento de Las Mercedes, del municipio de Sardinata,  la facción terrorista llamada “Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia” o Farc.

De ello  han pasado veinte años o más. El asunto ahora es distinto: al menos dos veces han arremetido contra el vecindario como para acabarlo, y a la Policía la ametrallan constantemente, con saldo de agentes muertos y heridos. No es difícil concluir quién domina allí.

Me desempeñaba como juez de instrucción criminal. Recibí una comisión de la Dirección Seccional de Instrucción Criminal de Cúcuta para que desarrollara una investigación por un homicidio.

Mi secretario  y yo nos instalamos en el  único hospedaje del pueblo, ubicado junto al cuartel de Policía.

Grave error, pero no había manera de subsanarlo pues en nuestros pueblos por más de que queramos promocionarlos como turísticos y se cuente con bellos paisajes la cultura de los hoteles, verdaderos hoteles, no ha arraigado.

Se llamaba allí “el hotel” a una casa vieja en la que un largo corredor lo habían dividido con tablas para formar las habitaciones.

Aquella noche nos acostamos temprano pues nada  había qué hacer.  A las siete, la semioscuridad  por una luz eléctrica débil, la soledad y el silencio reinaban.

Esporádicamente un perro latía. Se imponía, sí, sobre aquella serenidad, el fuerte rumor de la quebrada cercana.

Es cierto que ya no había orden público sino desorden público por culpa de las guerrillas comunistas.

Por ello los policías estaban arrinconados en el cuartel pues en cualquier momento los podían embestir. No se les permitía ni siquiera asomarse a la quebrada por el peligro de los francotiradores al asecho.

Contado este escenario, ya se entiende el episodio siguiente:

Sería la medianoche cuando una balacera me despertó. Después de esta ráfaga siguieron otras a intervalos de cinco minutos. De inmediato me senté en la cama a la espera de que alguna bomba cayera sobre el frágil techo de eternit.

Mi secretario me dijo desde la habitación de al lado: “¿Qué hacemos, doctor?” “Nada, solamente confiar en Dios”, le respondí.    

Transcurrió una hora y en vista de que el  fuego había cesado, decidí continuar mi descanso. “Acuéstese, Manuel”, le indiqué a mi secretario. “Parece que los atacantes se retiraron”.

A la mañana siguiente, estando sentado a la mesa para tomar el desayuno, se me acercó la dueña de la posada y me preguntó: “Qué tal el susto de anoche?” “Más o menos”, le contesté. Y añadió ella: “Qué pena con usted, doctor, que no le advertí que los policías iban a hacer un simulacro de toma guerrillera”.

Honestamente, en esa oportunidad cavilé de esta manera: Si en realidad me llegó la hora, es más digno morir acostadito en mi cama, como dice la canción “Cabeza de hacha”, que morir escondido debajo de ella.

Hoy veo que todos los simulacros de nada le han valido a la Policía porque las guerrillas los cogen a plomo cada vez que se les antoja, como de nada sirven los vigilantes y cámaras en los almacenes para evitar los robos de los asaltantes, a no ser de testigos aquéllos y de evidencias las filmaciones de éstas.


orlandoclavijotorrado@yahoo.es

 

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