En homenaje a Hernando Rincón Reyes
Partió de este mundo el próximo pasado 7 de mayo en una clínica de Bucaramanga luego de estar recluido seis días como consecuencia de una complicación en que un aneurisma de vieja data marcó el desenlace.
En julio cumpliría los 80 años. Pero murió serenamente – al igual que fue su existencia -, luego de recibir la asistencia de sacerdotes y la extremaunción, aun respondiendo a las oraciones de su esposa y al poco de perder el habla.
Fueron sus padres don Lisandro Rincón Jerez y doña Antonia Reyes Reyes, pertenecientes a rancias familias cachirenses, cristianas, modestas, servidoras y caritativas, especialmente laboriosas, ya dedicadas al comercio, ora a la ganadería, particularmente en la rica vereda de Ramírez, famosa por sus haciendas. Tales aficiones y virtudes heredó Hernando Rincón Reyes y las practicó con amor y entrega y las inculcó con su ejemplo a sus hijos y nietos.
Su pérdida ha significado múltiple prueba para mí pues además del cuñado, amigo y cuasihermano perdí a un lector aprovechado de mis escritos. No hacía extensos comentarios, porque era callado; apenas soltaba cortas palabras, inteligentes y precisas, a veces salpicadas de humor, a manera de adagios.
Hernando era la prudencia viva y la paciencia que parecía rayar en el desinterés, que no era otra cosa que su manera de reflexionar y madurar antes de hablar y de proceder. En este aspecto, diríamos con Bossuet: “Con qué circunspección hablaba del prójimo y cuánta aversión profesaba a las palabras emponzoñadas de la maledicencia”.
Aunque residía en Bucaramanga, no descuidaba sus campos en Cáchira. Su mayor felicidad era estar al frente de las faenas ganaderas y de las siembras. Daba delicia ver su gozo al recorrer los potreros, alzar una cerca, vacunar, abonar, fumigar, en fin, cumplir los cuidados propios enderezados a obtener buenas cosechas, buenas crías vacunas y ojalá numerosas cántaras de leche. En Bucaramanga descansaba y, como centro de la familia, los hijos y nietos muy a menudo lo invitaban a disfrutar en los restaurantes de su agrado tanto platos santandereanos como música colombiana; además, asistía diariamente a la misa de las cinco de la tarde en la iglesia de la Torcoroma de su conjunto residencial Macaregua de la ciudadela Real de Minas, y sin faltar ninguna noche ni ninguna mañana, rezaba el rosario con Yiya, su esposa. Cuando ella no lo podía acompañar a la misa le preguntaba pícaramente: “¿Qué le manda decir al padre?”
Entre las bellas arboledas y paseos del conjunto residencial hay un monumento a la Virgen Inmaculada. Pues allí se detenía Hernando a rezar después de trotar y practicar varios ejercicios, y allí lo vio a su lado su pequeño nieto Camilo, quien oraba porque la Virgen llevara a su abuelo al cielo, tres días después de su fallecimiento. En la visión del niño, el abuelo miraba a la imagen.
A grandes rasgos este es el periplo vital de Hernando Rincón Reyes, a quien con tanto dolor dejamos en el reposo eterno en una bóveda del imponente cementerio Las Colinas este 8 de mayo. Vimos en el numeroso cortejo a paisanos de Cáchira, a sus amigos de Bucaramanga, a socios de sus negocios y a dirigentes políticos de talla nacional como el doctor Higinio Villabona. Tal concurrencia daba la medida del inmenso cariño, del respeto y del aprecio que un hombre tan sencillo como Hernando Rincón Reyes inspiraba.
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