Dado que no había vuelto a un templo por culpa de la pandemia, hasta ahora me percato de que los presbíteros ya no usan la sotana para celebrar la misa. Ciertamente, como diría Gaviria, para mí, tradicionalista y de la vieja guardia, es una novedad escandalosa.
¡Claro! Es que yo fui acólito y recuerdo todo el ceremonial antiguo. El que se cumplió por siglos hasta el Concilio Vaticano Segundo.
En aquellos tiempos los reverendos – así se les decía - usaban sotana día y noche. Hubo sacerdotes que juraron llevarla hasta su muerte. Tal fue el caso de monseñor Luis Alejandro Jaimes, muerto hace unos 20 años acá en Cúcuta.
Pues bien: el cura que iba a oficiar debía cumplir todo un ritual para “revestirse”, esto es, ponerse todos los ornamentos propios para la celebración. Se revestía en la sacristía. Los ornamentos, con apliques finamente bordados, estaban colocados ordenadamente sobre una mesa. Iniciaba con una genuflexión, inclinación de cabeza ante los ornamentos y una oración general. Continuaba orando por cada prenda que tomaba. La primera era el alba; la besaba y se la enfundaba. Seguía el cíngulo, especie de cordón para ceñir en la cintura. Enseguida tomaba la estola que iba pendiente del cuello; luego la casulla; y por último iba el manípulo, que se colgaba en el brazo derecho.
¡Qué cambios los que ha habido! Hoy el ministro llega apurado de la calle, en yines y camiseta, recoge la casulla de tela ligera, hace un gesto de besarla, se la pone, ¡y a celebrar, se dijo!
Con razón autores como Elvira Roca Barea, que no es católica ni nada, en su formidable obra “Imperiofobia y leyenda negra - Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español”, resalta cómo la fuerte propaganda protestante contra la Iglesia Católica ha hecho gran mella en esta, tanto que se ha protestantizado. El Protestantismo, según la exitosa propaganda, está del lado de Dios, y el Catolicismo del lado de Satanás. Entonces, conviene estar del lado de los buenos. De ahí el desmantelamiento de las iglesias, el cambio de la liturgia y la eliminación de ceremonias solemnes e imponentes. ¡Lutero debe estar que baila en una pata! Por ese camino se llegó a la vulgaridad, como en cierta iglesia cucuteña a donde no volví por la guachafita con ensordecedores platillos y tambores al máximo volumen. Hasta la lengua de la Iglesia, el latín, desde el papa Pablo VI se desterró del Vaticano y de los oficios. ¿Será a que a falta de capacidad para aprenderlo lo más práctico era prescindir de él? Eso dicen.
Por fortuna queda un refugio sagrado en donde los católicos no light podemos seguir diariamente una eucaristía que convoca a la piedad. Me refiero a la preciosa capilla de la cadena de televisión EWTN. ¡Qué decoro y lucimiento sin derroches! ¡Y qué voces corales tan admirables! El sacerdote entra en procesión con los acólitos y sale igualmente en procesión. La misa es en parte en latín.
Obras así permiten confiar en que la Iglesia católica no desaparecerá.
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