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El único liberal de Gramalote
Hace dieciséis días no soy la misma, al igual que Cúcuta, sin el Maestro Obregón. 
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Sábado, 21 de Noviembre de 2015

Han pasado 1797 días desde la tragedia de Gramalote y todavía no se hace nada. 

Mes a mes veo numerosas noticias y columnas de opinión que hablan sobre los retrasos del proyecto de reconstrucción del pueblo nortesantandereano; y aunque cada vez que veía noticias pensaba que ya estaba por suceder, hoy me doy cuenta de que no. 

El sueño de 1.100 familias de volver a su hogar, es más lejano que nunca. 

En días pasados se dieron a conocer los anuncios del Gobierno, en los cuales se decía que el Fondo Adaptación inició la construcción de 600 casas –que favorecerían a la mitad de las familias desplazadas de Gramalote– en la vereda Miraflores, a unos veinte minutos del municipio. 

Eso es todo lo que ha sucedido en cinco años. Sin embargo, no es esto de lo que quisiera hablar. 

Lo cierto es que, me duele Gramalote, no sólo por las víctimas de este desastre natural, sino por lo que este pueblo representa para mí. Allí nació un hombre muy activo en la política y amante del fútbol. 

El 11 de septiembre de 1925 nació el único liberal de Gramalote. 

Las estadísticas académicas y las publicaciones de la Registraduría Nacional del Estado Civil muestran la característica principal del pueblo: El conservadurismo. Pensar en un liberal en esa época y en ese lugar, es casi imposible; pero es real. 

Mi abuelo fue el único liberal de Gramalote en su tiempo. Estaba al tanto de todos los acontecimientos políticos y los comentaba aún a sus 89 años, siempre quería saber de todo, y de hecho, lo sabía. 

Recuerdo que tenía varias fuentes y pensaba con malicia de cada una de ellas. Ferviente lector de La Opinión, El Tiempo y Semana, medios que le servían para contrastar y analizar los hechos. 

Siempre me pareció interesante la dualidad que había en él: Por un lado, era mecánico –el mejor, según dicen sus coetáneos y algunas personas más jóvenes–, vivía del arreglo de los motores de otros y sus amigos eran sus compañeros, quienes también arreglaban carros y no estudiaban. 

Por otro lado, era un intelectual, experto en todo lo que se le preguntase, amante de la política y acérrimo enemigo de los corruptos; tal vez de ahí nace mi vena crítica. 

Nunca entendí cómo un hombre que vivía entre la grasa y las tuercas era tan educado, jamás le oí decir una grosería ni un maltrato hacia otra persona. 

Sé que le gustaban mis columnas, y sé que nos quiso mucho a todos. Desafortunadamente, ya no está; ya no lo veo leyendo la prensa o viendo viejos partidos de fútbol, ni yendo al parque a ver y alimentar a sus palomas. Sin embargo, vi a muchas personas recordándolo y dándole amor, y vi a toda mi familia como un clan, el clan que le aprendió mucho al Maestro Obregón; como lo apodaban desde sus días en el taller. 

Hace dieciséis días murió mi abuelo, un hombre tan interesante como para escribirle mil columnas, tan alegre como para ponerlo en todos los canales de televisión, tan crítico como yo quisiera ser, y tan amoroso como para hacerlo director de mil fundaciones. Hace dieciséis días no soy la misma, al igual que Cúcuta, sin el Maestro Obregón. 

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