El presidente brasileño Jair Bolsonaro, prepara un proyecto de ley para que, ahora sí, sin tapujos ni medias tintas, se abran los territorios amazónicos a su explotación extractivista en negocios mineros, agrícolas, ganaderos, madereros hasta agotar el potencial y la permanencia de una de las regiones claves para la vida en el planeta. Bolsonaro no ve en esa imponente selva sino posibilidades de negocios rápidos y libres de condiciones y compromisos; lo tiene sin cuidado que se trate de un patrimonio natural incomparable que por su magnitud, complejidad e importancia no pertenece a un país sino a la humanidad toda y a la vida en el planeta Tierra.
Cuenta en su propósito con un aliado poderoso el presidente Trump. Ambos niegan los efectos catastróficos del cambio climático que avanza a pasos agigantados: incendios incontrolables en el Amazonas brasileño y boliviano, en California, África y Australia; inundaciones y vendavales en Inglaterra; plagas bíblicas de langostas en África; virus que le ponen a la humanidad los pelos de punta por agresivos. Ambos, gobernantes con un comportamiento irresponsable, ignorante y francamente criminal frente a la preservación de la naturaleza, que es como decir, la vida. Desde esta perspectiva son unos asesinos, acaba vidas.
En contraste, la voz del Papa Francisco se alza de manera contundente, con resonancias proféticas: No podemos disponer de los bienes comunes al ritmo de la avidez del consumo; la amenaza del extractivismo predatorio que responde a la lógica de la avaricia, propia del paradigma tecnocrático dominante y remata: Un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social.
La Amazonia del lado colombiano es compleja. Alberga una parte significativa de los cocales colombianos, especialmente en el pie de monte, en territorios extensos y poblados donde siempre ha sido escasa y fugaz la presencia del Estado como autoridad y como gestor de desarrollo. Su devastación no fue mayor por el poder disuasivo de las armas de las Farc que espantaron a mucho aventurero y potenciales inversionistas nacionales o extranjeros. Idas las Farc y sin que hubiese llegado el Estado para apersonarse de la situación y del territorio, el deterioro parece avanzar con rapidez.
De allí la importancia a los programas de un desarrollo alternativo que sea viable para esas comunidades de campesinos colonos en esos territorios únicos, que en nada se asemeja a las realidades de las economías, asentamientos y comunidades campesinas localizadas al interior de la frontera agrícola, de donde proceden los colonos campesinos convertidos por la fuerza de las circunstancias en cocaleros por ser esa la única mercancía con las condiciones y organización para pelechar en esas lejanías. Esta realidad vuelve ilusorios los planes de sustitución que en el fondo aspiran a reproducir allí economías campesinas semejantes a las existentes en el lado civilizado de la frontera agrícola. El camino recorrido hasta ahora es un calvario de proyectos muertos.
El documento de la Iglesia sobre el trabajo pastoral en la Amazonia, parece más aterrizado que los sucesivos y fallidos proyectos colombianos. Plantea la urgencia de establecer una economía solidaria y sostenible, circular y ecológica, a nivel local e internacional, a nivel de investigación y en el campo de acción, en los sistemas formales e informales, con experiencias de cooperativas de bioproducción, de reservas forestales y de consumo sostenible. Por esto el actual debate debe ser más de fondo no limitándose a si se fumiga o no, asunto que depende básicamente de que el desarrollo alternativo deje de ser cuento o simple ilusión. Tenemos experiencias exitosas para evaluar y aprender.