-Jugaban ese día las muchachas en el Mundial -nos dijo uno de los contertulios, alrededor de un café sin dulce y un pan integral- pero mi mujer no quiso dejarme ver el partido. Era de madrugada y yo estaba dispuesto a ver a nuestras jugadoras que están sacando los pechos por Colombia, pero no pude.
La confesión tenía cierto aire de tristeza entre amigos, que de cuando en cuando nos reunimos a echar cuentos, contar chismes y hablar de política.Nos reunimos donde uno de los contertulios, recién enviudado, pero nos ofrece sólo café negro, sin azúcar, y rodajas de pan integral, su alimento preferido. Se nota la falta de una mujer. Hay desorden en la sala, las matas están marchitas, y en general, se ve una tristeza lánguida por todos los rincones.
Esta vez el tema giró sobre el fútbol de las muchachas, tema que por ahora está por encima de la situación de Petro.
El que empezó hablando y a quien llamaremos Lucho (“Si llega a escribir sobre nuestras reuniones, no nos vaya a nombrar, porque lo colgamos de las aquellas”, me dijeron)casi lloraba al decirnos que sehabía perdido el golazo de la Usme.
-No se preocupe, que no fue usted solo- dijo “Nicolás”.-A mí me tocó agarrar mi cobija y salirme a la sala, a ver el partido en un televisor chiquito y gangoso que allí tenemos.
Uno por uno, todos dimos salida a nuestro orgullo patrio reprimido muchas veces por culpa de nuestras parejas, sobre todo cuando de ver partidos a la madrugada se trata. “Nicolás”, en cambio, mostró la otra cara:
-Gracias a Dios yo no sufro de ese mal. Al contrario, es mi esposa la que me despierta y me anima para que vea el partido. Ella me entusiasma, pero sigue durmiendo.
-Con tal que yo no grite “gol”, ni brinque en la cama, la mía ni se inmuta, dijo otro.
En mi caso, yo no sufro de futbolitis, aunque sí me gusta ver los partidos de nuestra Selección, sean varones o varonas.No voy al estadio, pero estoy al tanto de nuestros rojinegros. Mi mujer a veces me pregunta cómo quedó el partido, y nada más. “Con poquito volumen”, me dice y se voltea a su lado, ya institucional.
Creo que la afición al fútbol es cuestión de herencia. Alguna vez invité a mi nono Cleto Ardila a la plaza del pueblo, a ver un partido de fútbol, en que jugaba un equipo de la mitad del pueblo, contra otro de la otra mitad. Su respuesta fue contundente: “No, mijo, vaya usted solo. Yo no le encuentro gracia ver a un montón de piernipelados en calzoncillos correr detrás de una pelota”.
No dije nada de eso, pero les recordé a mis amigos lo que le sucedió a un familiar cercano, y que yo lo escribí en una columna de este diario. Aconteció que nuestra Selección Colombia, juvenil, se jugabacontra el Japón, su clasificación al Mundial. El partido era de madrugada y el hombre puso a repicar el despertador. La mujer se levantó asustada, llamó corriendo a los niños y cuando ya los tenía listos,para mandarlos al colegio, recordó que era domingo. La gazapera que se le formó al primo parece que fue grande.
El último contertulio, que estaba callado, dijo de pronto: El problema con mi mujer es que siempre me hace el reclamo: “Si cuando está conmigo en la intimidad,usted tuviera la misma fiebre que cuando ve fútbol, yo sería feliz. Pero conmigo usted ni grita, ni brinca y ni siquiera puja”.
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