Los últimos cinco siglos han sido determinantes para la economía mundial. Cuando Colón descubrió América en 1492, el mundo se encontraba en un aparente equilibrio de poder, sobre todo si consideramos no sólo las monarquías europeas y el Imperio Otomano, que representaban respectivamente la Cristiandad y el Islam, sino también la China, India y Japón, los imperios Azteca e Inca, y algunos pueblos africanos. Pero el proceso de conquista y colonización de América lo cambió todo, porque sus secuelas económicas fueron impresionantes, sobre todo por el oro, la plata, el azúcar, el tabaco, y otros productos que dieron paso a la ambición europea, crearon el primer comercio interoceánico, delinearon la esclavitud moderna, y generaron el mercantilismo, etapa previa del capitalismo. Europa creció en poder económico, tecnológico, industrial y militar, así como en arrogancia y un absurdo sentido de superioridad racial.
Con las armas, esos europeos subyugaron los pueblos nativos. El proceso de arrasar culturas fue similar en Norte, Centro y Sur América. En los próximos tres siglos, multitudes de migrantes llegarían a la tierra americana, aunque no todas vinieron voluntariamente para colonizar. Millones de africanos, en otro holocausto que es vergüenza de la Europa cristiana, fueron convertidos en esclavos, como fuerza de trabajo en el Nuevo Mundo. Sobre la sangre de millones de nativos y africanos se construyó la prosperidad europea, de la que más tarde surgieron los Estados Unidos y las naciones latinoamericanas.
Siendo evidente la decadencia de España, un mundo bipolar se proyectó a todos los continentes, dominado por Francia e Inglaterra, que se mantuvo hasta mediados del siglo XIX. Más que ideológica, la competencia era entonces entre monarquías. El poder militar y los avances tecnológicos derivados de la Revolución Industrial facilitaron la construcción de imperios monumentales, a costa de la miseria de muchos pueblos, básicamente de Africa y Asia.
Pero llegado el siglo XX, como consecuencia de la pretensión expansionista alemana y las dos Guerras Mundiales, que dejaron respectivamente 28 y 77 millones de muertos, surgió una nueva bipolaridad, esta vez con marcada diferencia ideológica, entre la visión soviética, que predicaba el comunismo como modelo societario, y la visión estadounidense, que impulsaba su interpretación del capitalismo y la democracia liberal.
Esa polarización entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, entre otros episodios, nos recuerda la crisis de los misiles en Cuba, las guerras de Corea y Vietnam, la división de Alemania, las invasiones de Hungría y Checoslovaquia, y los numerosos golpes de Estado y el surgimiento de guerrillas en América Latina. Sabemos que la Union Soviética colapsó por la excesiva represión a las libertades individuales y la gradual esclerosis económica que desarrolló, así en algunos campos hubiera logrado avances colectivos. “El libro negro del Comunismo”, de Stephan Courtois y otros, da cuenta de los horrores del sistema no sólo en Rusia sino en todas las naciones donde se implantó. También sabemos que Estados Unidos, no obstante su inmensa riqueza, ha fracasado porque su capitalismo sin límites, absolutamente devorador, deja en el camino una estela de miseria, con el 40% de la población mundial luchando para sobrevivir con menos de dos dólares al día, y un Tercer Mundo colonizado, arrodillado a las instituciones que
controla, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Bajo este esquema, las 20 naciones de América Latina integran su ‘patio trasero’, rico en minerales y materias primas, así como mercado atractivo por su adicción consumista.
La dinámica de la historia nos coloca ante una nueva bipolaridad. Esta vez entre China y Estados Unidos, de lejos las potencias comerciales del planeta. Aunque el tema ideológico muestre grandes divergencias, en una variable de la confrontación comunismo-capitalismo, mucho más profundas son las diferencias culturales. La desconfianza recíproca entre ese Oriente lejano y Occidente no es nueva, toda vez que encuentra sólidas raíces en la historia. La mezcla de comunismo y budismo contrasta con la mezcla de capitalismo y cristianismo. Como abrebocas, recordemos que China le compra a Estados Unidos apenas 120 mil millones de dólares, al paso que le vende 539 mil millones. Ese déficit comercial norteamericano es la base del enfrentamiento económico que puede escalar hacia lo militar, según los quejidos de Trump y las condiciones de su reelección, cuyo ropaje se acomoda por estos días a los vaivenes del coronavirus.
La gran incógnita está en el desconocimiento que hay sobre la capacidad nuclear de las dos potencias. El cálculo especulativo amplifica los riesgos. Lo claro por ahora, añorando la paz en las décadas por venir, es que el mundo no será mejor bajo el modelo chino, de autoritarismo total y en donde el individuo es súbdito, como tampoco bajo el modelo norteamericano de capitalismo despiadado, a no ser que tengan una metamorfosis sustancial para beneficio de la humanidad.