En una de sus peroratas dijo Nicolás Maduro que en Latinoamérica iban a sentir la brisa bolivariana. Él sabía de qué hablaba y sus paisanos también sabían a qué se refería. En Colombia pasó desapercibido ese anuncio. Nadie le puso cuidado.
¿Recuerdan los disturbios que hubo en el año 2019 en Colombia, Perú, Honduras, Ecuador, Chile y Argentina? ¿Y recuerdan que en todos había saboteadores venezolanos? Pues esa era la tal brisa bolivariana, que a través de ataques homicidas a la fuerza pública, incendios a supermercados, iglesias y edificios públicos sobre todo en Santiago, arrinconó al presidente Sebastián Piñera. La misma que puso a tambalear al mandatario colombiano cuando, en Bogotá, partidarios de Petro y Claudia López hicieron cerrar locales comerciales a piedra y fuego, quemaron puestos de Policía, mataron a una mujer arrollándola con un autobús y acuchillaron a una joven policía. Por fortuna, los esbirros de Maduro fueron descubiertos y expulsados del país. Se afirma que muchos de ellos eran presidiarios dados en libertad exprofeso. Providencial y paradójicamente la pandemia del coronavirus le cortó el aliento al motín, concebido y dirigido a acabar con la democracia y a derrocar al presidente en jornadas de vandalismo subsiguientes.
¿Y cómo responde nuestro gobierno ante estos retos: la brisa bolivariana, el apoyo a las cúpulas guerrilleras por el régimen de Maduro y los millones de desesperados que por las trochas virtualmente invaden a Colombia? Responde, en febrero del corriente año, con el Estatuto de Protección Temporal a Migrantes Venezolanos, quizá el más humano y amplio del mundo.
Esta frontera nororiental harto ha padecido de los mismos migrantes venezolanos, particularmente debido a conductas criminales que muchos de ellos llegaron a practicar entre nosotros. Sin embargo, aquí, a todos se les ha atendido integralmente, incluso a costa de sacrificios presupuestales como ocurre con los recursos la salud, por lo que está en déficit nuestro principal hospital, y con los recursos de la educación. Hasta ha habido mucha largueza en facilitarles nueva documentación de identidad para que transiten y vivan y disfruten como cualquier colombiano.
Aunque los científicos en Bogotá afirmen que no hay xenofobia, están desconociendo la realidad. Pero son los mismos venezolanos los que la han provocado. Tan cierta que en poblaciones como la propia Cúcuta, en Ocaña, Pamplona y Bucaramanga, por ejemplo, los asaltos y homicidios cometidos por ellos los han convertido en causa de temor y de rechazo, y con solo mentar la palabra venezolano la gente se indispone o se previene. Tampoco es menos cierto que la satrapía de Maduro estimula la diáspora para su provecho político y económico.
Basta esperar que los refugiados, o escapados, o mandados, o entrados legalmente o por las trochas, en fin, venidos de cualquier forma a nuestra patria, de Venezuela, correspondan honrosamente al gesto generoso de nuestro gobierno.
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