Hemos entendido los niveles de desacuerdo que se tomaron las calles, por todo lo que está ocurriendo en torno a la situación nacional, en donde la pandemia, la recesión económica y el inconformismo frente a ciertas reformas, ha hecho que se hable duro y que se reclamen espacios de participación para definir el futuro de la actividad estatal.
Pero lo cierto es que las jornadas de paro continúan, a pesar de que el gobierno ha abierto el espacio de dialogo, de que retiró la reforma tributaria, de que se hundió la reforma de la salud, de que retiró también su ministro de Hacienda y de que ha tomado medidas que van en dirección de la atención de las peticiones que se ventilan en las jornadas de protesta.
Todo esto mientras las pérdidas por los desmanes de los paros sobrepasan los seis billones de pesos, el desempleo aumenta por la inactividad económica, las cifras de muertos, heridos y bienes destruidos se incrementa todos los días, y la expansión de la pandemia se cierne de manera despiadada, pues hemos llegado a los máximos registros históricos en contagios y muertes, tal como se había previsto con la operación de las marchas.
Fuera de eso, la escasez propiciada por los bloqueos de las vías, han hecho que los artículos de primera necesidad se hayan incrementado de manera desproporcionada, hasta el punto de llegar a pensar que ya superan el impacto de una rígida y amplia reforma tributaria.
Los antiguos filósofos enseñaron que lo que es dañino para la ciudad, también lo es para el ciudadano, y en esa razón debemos entrar para analizar con cabeza fría las cosas y pasar de la calentura, a la razón, en donde sea posible abrir los espacios necesarios para poder llegar a acuerdos dentro del desacuerdo. El escenario que presenta hoy el país, tiene una elevada carga política, debido a la proximidad de la jornada electoral que debe decidir el próximo presidente de Colombia, y quienes marchan demandando acuerdos, tienen que ser suficientemente prevenidos, para no caer en los propósitos ocultos de esos intereses, que no tienen otro propósito que redireccionar los resultados hacia sus propias aspiraciones, a costa del país entero que padece la crisis y que se verá condenado a las consecuencias.
Si el dialogo se ha aceptado, y de hecho se ha abierto, en donde han tenido cabida todas las partes reclamantes ¿por qué no abrir un compás de espera, así sea breve, para esperar los resultados del mismo? No es justo que en medio de las apremiantes circunstancias que vive el país, se propicie la agudización de la crisis y el estrangulamiento de los sectores, para ahí sí propiciar consecuencias que resultaran irreparables.
El mundo entero ausculta con urgencia y angustia nuevas formulas para crear empleo y suplir los efectos de la pandemia; aquí pareciera ser que lo que queda del empleo, lo seguimos destruyendo.