Una vieja leyenda cuenta que Pandora, obsesionada por la curiosidad, quiso saber el contenido de un ánfora que le encomendaron guardar en secreto; la abrió, y de ella brotaron los males y se dispersaron por el mundo. Y los valores, decepcionados de los hombres, se refugiaron en las moradas de los dioses para aislarse de ellos: el único que quedó, en el fondo, fue la esperanza.
Lo cierto es que, ahora, se renueva la vigencia de los mitos y nos ofrecen una interpretación de la controversia entre fuerzas encontradas, la maldad y la bondad, en una lucha constante –con el ser humano en el medio–.
Desde la Biblia, con la manzana tentadora a Eva y la artimaña de prometerle poder, pasando por Egipto y Mesopotamia, Oriente Próximo, la Mitología Griega y la Edad Media, la historia de la fatalidad está sembrada en los anales del tiempo.
De manera que la literatura posee el secreto de la eterna batalla entre el bien y el mal y que, en especial los autores clásicos, han intentado explicar, en sagas y fábulas, porqué el ánfora se cerró para que –justo– no se saliera la esperanza.
¡Cómo juega el destino con nosotros! Conoce nuestra debilidad mayor, la vanidad, y su peor consecuencia, la soberbia, para someter a la humanidad con desastres y desgracias si no se redime con humildad y espera la dote dadivosa del destino, para ennoblecer su propia libertad.
Qué bueno será aprender a soñar con una mitología para un mundo en paz, pleno de justicia, precursor de gestiones solidarias que lo liberen de los padecimientos, convocando a los valores a alojarse –nuevamente- en la sociedad.