El Eln se ha atribuido el ataque terrorista contra policías del Esmad en Cali. Antes de que los elenos reconocieran su culpa, muchos en la izquierda radical sugerían que era un “autoatentado” o que detrás estaban el gobierno y el uribismo. La imbecilidad no tiene límites. A algunos el odio los ciega. A otros, cínicos, solo los mueve el afán electoral.
Desde el asesinato de los cadetes de la escuela general Santander, se vienen sucediendo hechos de violencia que prueban el fortalecimiento del Eln. Por un lado, ha sabido aprovechar espacios dejados por algunos frentes desmovilizados de las Farc y la incapacidad del Estado de ocuparlos de manera efectiva. Por el otro, se metió de cabeza al narcotráfico y a la minería ilegal y con ello multiplicó su capacidad violenta.
Hay quienes a pesar de todo insisten en que hay que negociar con los elenos. Sería un error monumental.
El argumento de fondo para no negociar con el Eln no es, como hay quien sostiene, que no se puede hacerlo con terroristas. Esas negociaciones son usuales y ocurren en distintos momentos y circunstancias por parte de los más distintos gobiernos. En Colombia se han dado muchas y, salvo este de Duque, desde hace al menos cincuenta años no ha habido gobierno que no haya negociado con bandidos, desde cuando López Michelsen, en 1974, permitiera el renacimiento del Eln tras tenderle una tabla de salvación al reducto guerrillero que sobreviviera tras la operación Anorí. Miles de muertos ha traído semejante error histórico.
Las razones para no hacerlo son otras. Para empezar, que cuando las negociaciones no son la excepción sino la norma, los violentos aprenden la lección de que, más temprano que tarde, sus crímenes quedarán en la impunidad y no habrá sanción para sus actos de violencia y terror. Al menos en parte por eso en Colombia, a pesar de las múltiples negociaciones, persisten viejos grupos violentos y aparecen otros nuevos.
Por otro lado, porque en las circunstancias actuales, tras el pacto de Santos, el Eln querrá como mínimo las mismas condiciones que se le entregaron a las Farc. Y tal cosa no solo no es posible sino que es indeseable. Significaría ahondar los errores y graves consecuencias de ese acuerdo, tan mal negociado y con tan equivocados enfoques estratégicos.
Sobre los errores de la negociación no volveré, ni sobre los impactos desastrosos sobre la democracia y el estado de derecho, ni sobre las fallas de la implementación y los incumplimientos sistemáticos de sus obligaciones de verdad, reparación y no repetición por parte de los terroristas desmovilizados. Sobre todo ello he escrito mucho.
Pero quizás no se ha hecho suficiente énfasis en el error estratégico de fondo de suponer que, si lo que se pretendía era poner fin al conflicto, "alcanzar la paz”, el objetivo debía ser la desmovilización y la entrega de armas de las Farc o, de manera más precisa, de algunos de sus frentes porque se sabía que otros nunca se iban a desmovilizar.
Ahí están los hechos tozudos. El poder de los violentos no proviene del número de hombres ni de sus armas. Se pueden desmovilizar miles y entregar miles de armas también y no se pondrá freno a la violencia. La clave de la violencia y del conflicto son las economías ilícitas y, en especial, el narcotráfico. Es del narcotráfico de donde viene el poder de los violentos.
Si queremos paz tenemos que erradicar el narcotráfico de Colombia. El pacto de Santos con las Farc no solo no entendió el problema y se alejó del núcleo estratégico sino que, peor, fortaleció el narcotráfico. Si no lo entendemos y hacemos las correcciones de fondo, seguiremos inmersos en esta espiral interminable de violencia.