Hoy en el santoral católico se conmemora el Día de Tomás de Aquino, denominado en sus tiempos como “el buey que muge al mundo”. Algunos agregan que este nombre sobrepuesto definía su corpulenta contextura física, lo que hoy se conoce como obesidad mórbida y otros aclaran que el sobrenombre está basado en su obra “Suma teológica”, el tratado más importante de la doctrina en la historia de la iglesia de Roma que tiene vigencia hasta la actualidad.
Quiero relacionar este evento histórico con la función pública, cuando Tomás de Aquino hablaba de la potencia externa que marcaba los actos de los movimientos internos, refiriéndose en un imperativo categórico moral que estaba ligado a la suma de Dios como fuerza suprema que movía y seguía con atención los actos de quienes recibían la gracia.
Así pues, cuando uno es llamado al servicio público o como funcionario público, se deben destacar algunas máximas supremas características. En primer lugar, la transparencia y la honestidad; en segundo lugar, la coherencia entre ser y actuar, relación que está enmarcada en la realidad de las formas de vivir, es decir, no se puede ser solo palabras vacías, sino que se debe notar en su acción lógica diaria.
Un funcionario público debe ser correcto, ético, moral y por lo menos, acorde a su dignidad, otorgada por todos los contribuyentes que desde nuestros impuestos le damos una remuneración, ya de por si sagrada por ser erario, de manera inequívoca debe esforzarseen función de servir a la comunidad y hacer que rindan los recursos ejecutados con la mayor diligencia y de manera transparente.
Esta reflexión es producto de los acontecimientos que se vienen dando en el orden municipal, regional, nacional e internacional en los que, muchos personajes públicos son noticia, no precisamente por el cumplimiento de su dignidad, sino por el contrario, por sus faltas de coherencia entre el ser y hacer, investigaciones, denuncias de acoso y violencia sexual aprovechando sus cargos. Esta es la corrupción en toda su vergüenza, la doble moral de hablar en público lo que en privado no son capaces de sostener, allí es donde cobra importancia la suma teológica, el estado de la conciencia pura que es la capacidad de autocuestionarse y cambiar, de lo contrario lo mejor es apartarse de la tarea encomendada y ser digno de renunciar y decir la verdad.
La sociedad no puede seguir teniendo como ejemplo funcionarios antivalores que hagan creer que delinquir es posible por la impunidad y la aceptación de que lo malo es correcto y la virtud, algo fugaz.
Entendemos que los seres humanos por naturaleza tenemos el pecado original o como diría Tomas de Aquino, la naturaleza de la debilidad, pero no se puede convertir en norma la maldad y la podredumbre de lo mal hecho. Cuando hablamos de buenos ciudadanos nos estamos refiriendo a que la función pública está ligada a la vida privada y personal, no están separadas, las une el hilo de la personalidad; en pocas palabras, no se puede hablar de justicia y moral si se abusa de los subalternos o se roba el dinero de todos. Debemos entender que servir desde lo público es un honor; debe hacerse con altura y merecerlo, de lo contrario, los funcionarios que no lo hagan deben salir de la nómina que pagamos todos.