En estos momentos de crisis por la pandemia, las diferencias entre el banco central norteamericano (la Reserva Federal) y nuestro de la Banco de la República se perciben más claramente. El primero fue creado con una responsabilidad directa con las dos variables económicas fundamentales, el empleo y el costo del dinero. El segundo, a partir de la Constitución del 91, quedó reducido a manejar la moneda y el crédito para controlar la inflación, bajo el supuesto simplista de que se trata de un fenómeno solo de origen monetario.
Las autoridades norteamericanas pueden, según las circunstancias de la economía, estimular el empleo y controlar los precios, en el entendido que estos dependen fundamentalmente de la producción y no solo de la moneda disponible y del nivel de la tasa de interés. En la presente crisis con caídas históricas en el empleo y la demanda, expresadas en niveles de precios que amenazan desembocar en una deflación, la autoridad monetaria norteamericana entiende que la economía no reclama controles y mesura, sino medidas rápidas y de fondo para contener el derrumbe del empleo, de los ingresos de la gente de la clase media para abajo, y la quiebra de la red insustituible de pequeñas y medianas empresas industriales y agropecuarias, de producción y de servicios, alma y savia de la economía, hoy al borde de la inanición financiera. En estas circunstancias, la preocupación central de una buena gestión económica no puede, como en tiempos normales, limitarse a controlarlos niveles de los precios, el endeudamiento o el défici
t fiscal - tiempo habrá para ello -; debe actuar de inmediato y con decisión para detener el triple derrumbe mencionado, que tendría consecuencias económicas, sociales y aún políticas impredecibles.
Las autoridades norteamericanas dan ejemplo de pragmatismo, al reconocer que en coyunturas extraordinarias hay que actuar de manera extraordinaria para enfrentar los desafíos de las circunstancias sobrevinientes, haciéndolo con decisión y sin tardanza. En las presentes circunstancias las medidas válidas para tiempos normales son insuficientes o simplemente inocuas, como sucede con la reducción de los intereses que ya están en mínimos históricos imposibilitada de darle un empujón a una economía congelada.
Mientras tanto en Colombia, como siempre, buscamos la línea media y actuamos supuestamente con prudencia, para no perturbar un statu quo que la pandemia hizo saltar en mil pedazos. La orientación general de las medidas tomadas puede ser la correcta en lo fundamental, pero su aplicación es tímida, al igual que los resultados, faltándole la claridad y la contundencia que las circunstancias les reclaman a las autoridades.
Por el contrario, la Reserva Federal fue audaz y rompió con las prácticas convencionales de los equilibrios financieros, inyectándole liquidez y recursos a la economía. Su decisión brilla en medio de las tinieblas que rodean al gobierno norteamericano. En este punto crítico, Colombia debería aprender de la experiencia norteamericana y su pragmatismo contundente, dejando de lado la ortodoxia para épocas normales para darle un empujón a la capacidad de gasto de la gente, alejándose de los prejuicios que paralizan a más de un economista criollo.