La dinámica social parece confirmar a diario la dialéctica hegeliana, por cuanto frente a cualesquiera circunstancias es fácil establecer una tesis, y buscar su contrario o antítesis.
Así es, trátese del proceso de Paz, que nos lleva a Uribe y Santos; de la violencia de los años cincuenta, que recuerda los odios entre conservadores y liberales; o de las disputas religiosas entre protestantes y católicos; en fin, desde lo más complejo de la historia hasta lo más simple, como los conflictos entre las barras de Santa Fe y Millonarios, el pensamiento hegeliano se impone.
Lo lamentable es que no haga secuencia, porque si bien a cada afirmación le corresponde su negación, el resultado es una síntesis o desenlace. Es transcendental que en esta última etapa la razón domine la pasión.
En la vida hay que asumir posiciones. ‘El hombre es un animal político’, decía Aristóteles para subrayar su sociabilidad. La vida societaria nos compromete a través de derechos y obligaciones, por lo que participar implica opinar y hacerse sentir. Este ejercicio supone la virtud de que hablaba Rousseau, o como diría Sócrates, una ciudadanía instruida, porque no hay nada más peligroso que una manipulada, así represente mayorías, dado que terminan fanatizadas, como les ocurrió a los alemanes con el Nazismo.
El reclutamiento de menores y la confesión del asesinato de Alvaro Gómez por las Farc, los alcances de la JEP, las medidas de la CSJ y el arresto de Uribe, los escándalos de Marta Lucía Ramírez y la Ñeñe Política, los pronunciamientos de Santos, el manejo de la pandemia por Duque, y hasta los movimientos de Saab y Maduro, todo termina en intensa polarización, por los bandos que pretenden domesticar millones de ciudadanos, secuestrándoles su independencia y capacidad de pensar mediante los medios y las redes sociales.
Seguimos entre la tesis y la antítesis, al punto que apriori damos por bueno todo lo que hace ‘nuestro’ bando, y por perverso lo del ‘contrario’. Trátese de Uribe o Santos, su aliado ve sus acciones como lógicas y cuasiperfectas; y su enemigo, como malintencionadas y demoníacas. Aunque la polarización no reposa sólo en el proceso de Paz, es cierto que la simplifica. Lecturas reales hay muchas, por ejemplo, la polarización entre derecha e izquierda, o entre minorías privilegiadas y masas marginadas.
La polarización política avanza hacia los extremos porque sus estrategas encuentran mayores sofismas en esa perspectiva. Y dan dividendos. Así, para los voceros de la extrema derecha, la única lectura de sus opositores es que representan el fracaso venezolano, el terrorismo, la impunidad, el comunismo internacional, y un proceso de Paz orquestado. En el otro lado, la derecha es ese demonio que le pone piedras al proceso de Paz, trata de demoler la JEP, asesina líderes sociales, y genera políticas neoliberales en contra del pueblo. Así, con medias verdades, unos y otros adoctrinan.
Claro que frente a la polarización hay que asumir posiciones, pero con objetividad y sin fanatismo. El presente, en lugar de usarse para buscar el diálogo y solucionar problemas, se está malgastando en antagonismo radical y anticipación de espejismos. Que en el país haya 27 millones de pobres, o falta de oportunidades en educación, salud y vivienda, parece lo de menos. Tampoco importa esforzarse para que la JEP sea un tribunal objetivo, comprometido con la verdad, o para reconocer los desaciertos de la izquierda latinoamericana. Los modelos intermedios, como el conservatismo social de De Gaulle, el liberalismo progresista de López Pumarejo, y la Social Democracia de FD Roosevelt y los escandinavos, terminan completamente ahogados, rehenes de la ideología dictatorial de las extremas.
Hegel nos lleva necesariamente a la síntesis, para que cumplido un ciclo se vuelva tesis y la dialéctica continúe sucesivamente. Esa es la dinámica de la vida. Pero los colombianos seguimos atrapados entre tesis y antítesis, y necesitamos pasar la absurda página de la polarización para abrazar la síntesis, o sea un futuro tolerante, incluyente, objetivo, racional y viable. Parodiando a Proust, es hora de entender el tiempo que hemos perdido.