Una vez obtenida la “paz querida”, con todas sus oposiciones, críticas y enemigos en 2017, y como lo dijo el exprocurador Fernando Carrillo: “Se silenciaron los fusiles que no dejaban oír el clamor de tantas necesidades, se escuchó el grito desesperado por el cambio”.

Y es que no podíamos seguir como veníamos: tanta hambre, pobreza y desigualdad, cuyos remedios no suponen un gobierno de izquierda o derecha, sino un gobierno CONSCIENTE y con funcionarios capaces de llevar a cabo el cambio sin trastornar el funcionamiento del resto de la sociedad, pero sin dejar de cambiar el statu quo.

Los partidos tradicionales, adormilados como siempre, volvieron a su conocida ‘manzanillería’ de puestos y contratos por votos. Contratos como el de Centros Poblados, en las narices de una ministra, exacerban la indignación por la corrupción andante; y esta es solo una muestra de la feria corrupta al tablero.

El crecimiento económico surge como resultado del incremento de la inversión en sectores específicos y en la economía en su conjunto; es necesario volver a poner este tema en discusión. Es clave restablecer la confianza de los mercados de capitales, tanto nacionales como internacionales. El crecimiento económico es un pilar fundamental para erradicar la pobreza: el 60 % de los casos en poblaciones menos favorecidas se explican por esta causa. Sin embargo, esto no implica que el crecimiento deba ocurrir de manera aislada; debe complementarse con políticas adicionales que disminuyan significativamente el número de personas en situación de pobreza. No obstante, no podemos interpretar literalmente los preceptos del Club de Roma de 1974: hoy en día, muchos países logran crecer mientras reducen su huella de carbono per cápita.

Lo que es claro es que la capacidad de ejecución para lograr un cambio debe ser más profunda que la existente. Sí, es importante el discurso en la cabeza de la gente, pero sin que esto lleve a plantear soluciones con premura y se haga dentro del marco constitucional existente.

¿Y qué cambios?

Sin lugar a duda, hay tres o cuatro sectores prioritarios que requieren atención inmediata para resolver sus problemáticas. El primero de ellos es la población rural, especialmente la étnica y campesina, cuyo índice de pobreza supera el 50 %. Aquí entra en juego la reforma agraria, que por sí sola no puede tener éxito sin mercados relativamente seguros, asistencia técnica, insumos y acceso al crédito. Para ser efectiva, debe ser una caja de herramientas completa que se implemente de manera planificada, sector por sector.

Este aspecto es, además, un factor crítico en el proceso de paz. Si se avanza en una reforma agraria integral, tal como se propone, y se mantiene la presión sobre los intermediarios de cultivos o actividades ilegales, la situación en el campo colombiano podría transformarse radicalmente. Superar el umbral de dos salarios mínimos por familia en la mayoría de ellas no solo garantizaría un campo cuidado, sino también un abastecimiento de alimentos que superaría el 100 % de las necesidades nacionales, permitiendo enfocarse en la exportación.
En segundo lugar, la informalidad, que cubre también el empleo rural: esta problemática está ligada a la falta de conexión de las personas en sus micronegocios con el resto de la sociedad, en particular a mercados que les den alguna forma de estabilidad y no una constante curva de subidas y bajadas que promueven incluso la inseguridad alimentaria.

En tercer lugar, el tema del desempleo juvenil, los 'Ninis’: estos saltan del sistema escolar (de 6º a 8º) al no ver futuro alguno en terminar su bachillerato ni verle utilidad a lo que están aprendiendo. Y es entendible: en la familia necesitan su mano de obra para apoyar el sustento familiar.

Aún tenemos muchos temas por explorar en relación con el cambio: los nuevos cupos universitarios, un análisis más profundo sobre los 'Ninis', la protección del medio ambiente, la política de reindustrialización y el cambio climático, los cuales abordaremos de manera progresiva.

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