No obstante algunas diferencias en sus discursos, llámense guerrilla, paramilitarismo, partido político o sicariato dedicado a misiones criminales, alineados en el extremismo, tienen su común denominador en la violencia. Esas especies están en Colombia y en constante actividad en el ejercicio político.
Durante el siglo XX desarrollaron sus plataformas y sus esquemas de beligerancia como grupos armados, organizaciones sociales, colectividades de opinión, movimientos de autodefensas, carteles del narcotráfico o simples bandas articuladas a las redes de la delincuencia con finalidades de poder para su explotación ilícita y en la modalidad de la corrupción, como está comprobado.
Las acciones o escaladas de la guerrilla Ejército de Liberación Nacional son combustible para la derecha, que también es proclive a la violencia. El asesinato de los 9 militares en Norte Santander es un acto repudiable y pone al Eln en la picota pública, no como fuerza insurgente que proclama la justicia social, porque con su conducta niega esa identidad, sino como secta atrapada en las redes de la estrategia diabólica de abrirse paso a sangre y fuego, lo mismo que hicieron los responsables de las ejecuciones extrajudiciales con las cuales causaron 6.402 víctimas de inocentes, estigmatizados con la falaz versión de estar en armas en la guerrilla. Y están los casos de exterminio de la Unión Patriótica, de los líderes sociales o defensores de los derechos humanos o excombatientes de las Farc.
O mucho antes la violencia contra liberales, incluido el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, más el sistemático asesinato de candidatos presidenciales. Y debe agregarse a esa orgía de barbarie las recientes incitaciones de linchamiento contra el presidente Gustavo Petro, mediante la toma terrorista de la Casa de Nariño, una especie de réplica de la asonada de Donald Trump en el Capitolio, en Washington.
Las violencias del Eln sirven de caldo de cultivo a las narrativas extremistas de la derecha. No tienen estas el sustento de los fusiles ni de las bombas letales pero si la mecha encendida de una beligerancia provocadora al estilo de los congresistas Miguel Polo, Miguel Uribe Turbay, Paola Holguín, María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, que son la primera línea de una gavilla surtida de extremistas con pretensiones de bloquear las reformas de cambio e impedir que la democracia tenga aplicación en el desarrollo social de la nación.
Esa beligerancia extremista, articulada a la violencia verbal ha tocado a funcionarios de tan alta investidura como el Fiscal General de la Nación y la Procuradora General, quienes se han aferrado a descalificar las propuestas de cambio, dejando la sensación de que están de actores políticos a contravía de la Constitución.
Desconcierta la postura del Eln por las contradicciones entre su compromiso asumido respecto a la paz y sus acciones de violencia.
Esas coincidencias de beligerancias entre quienes se creía guardaban distancias es inquietante. Pero también debe alentar a los colombianos que están del lado de la democracia a redoblar las tareas que lleven a la consolidación de un frente que saque a Colombia de la violencia, de la pobreza, de la desigualdad, de la corrupción y de tantos otros males recurrentes.
Puntada
Hoy se cumplen 75 años del magnicidio del jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán. Es uno de los capítulos siniestros de la historia nacional, producto del sectarismo político y de los intereses de clase. El daño ha sido devastador. Y es prioridad buscarle una salida sostenible para vivir en paz y democracia.